domingo, 9 de diciembre de 2018

6 de noviembre de 2016

Mi precioso bae:

Ayer vino a visitarnos a casa uno de los compañeros de trabajo de mi padre, un señor gordito y gracioso llamado Coto. Hace poco le comentó mi padre lo mucho que me gusta ponerle miel a las tostadas, al té y al café, así que el señor, que es apicultor, nos trajo un tarro de miel de jazmines que él mismo había producido y recolectado, y te adelanto que está espectacularmente rica.
Tiene, además de un olor delicioso, un color asombroso que no se parece nada a ese tono ambarino artificial de la miel de supermercado, sino que está a caballo entre el marrón y un caramelo casero, un dorado intenso que parece relucir desde dentro como si tuviera luz propia. Su color cálido llama al dulzor meloso de su contenido, justo como tú... igualito que tus ojos con el sol adyacente, llamándome a mí como la luz a una polilla. Cierro los ojos y los veo con toda claridad, y me siento como si tuviera la consistencia de la miel misma, deshaciéndome...

En este momento, como estoy inspirada, se me vienen a la cabeza toda clase de citas, poemas y símiles literarios para el romance, fruto de años leyendo novelas clásicas victorianas. Por ejemplo, me resulta curioso que después de haber leído mil veces al menos Cumbres Borrascosas, que no es la novela más romántica de todos los tiempos, ahora encuentre un lado nuevo desde el que mirar las mismas páginas. Siempre empaticé con el amor calmado de Cathy y Linton mil veces más que con la pasión vehemente y tenaz de Heathcliff, y ahora solamente se me vienen a la cabeza algunas de las cosas que él dijo sobre su amada. También tiene momentos muy acertados, porque como él, yo también te veo en todas partes, tampoco puedo vivir sin mi vida, sin mi alma... sin todas esas cosas que eres tú para mí.

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