viernes, 11 de julio de 2014

Anoche cuando dormía...

Casi podía sentir cómo la tierra giraba sobre sí misma, aunque era el Sol quien parecía haber decidido refugiarse más allá del océano. Miré fijamente aquella esfera luminosa, brillantemente roja, encaminándose lentamente hacia el final del mundo. ¿Por qué no me molestaba aquel doloroso y brillante resplandor?
Entonces fui consciente de que estaba soñando, y todo mi cuerpo se tensó esperando a que ocurriera algo. No conseguía salir del trance. ¿Y si venía una pesadilla? no soportaría que estropease aquella perfecta cromatografía que se derretía en el cielo con los resíduos del calor de un atardecer estival..
Estaba recordando los hermosos separadores para libros que hacía en primaria mientras llevábamos a cabo las cromatografías típicas de la semana de la ciencia cuando vi que se me acercaba alguien por la orilla. Su figura se recortaba contra el resplandor ambarino del atardecer. Solo puse distinguir que llevaba una mano en el bolsillo de los pantalones cortos y en la otra balanceaba unos zapatos al ritmo de su larga zancada. El viento lanzaba obstinadamente su largo cabello hacia atrás, describiendo ondas. Me hizo pensar en un pequeño mar en movimiento, fluyendo por todo el cuerpo delgado de la muchacha. 
Sabía que eso era lo que había estado esperando que ocurriera en el sueño.
Y también sabía quién era ella. ¿A quién más podría haber esperado yo, donde quiera que fuese?
"Hola." Lo dijo en japonés, y aún así lo comprendí. Había agachado la cabeza, su voz sonaba aguda, temblorosa y dulce. "Te quiero." Murmuró a continuación, como si fuera lo más obvio del mundo, como si se lo hubiera callado durante un siglo, deseando liberar esas dos palabras. Sus hombros se relajaron.
Luego se dio la vuelta, y se marchó por la orilla del mar.
Me vino a la mente un fragmento de un poema de Antonio machado:
" Anoche cuando dormía, 
soñé, ¡bendita ilusión!
que una fontana fluía
dentro de mi corazón."
Lo repetí dentro de mí, saboreando las palabras. Me pregunté si él había sentido lo mismo que yo en esos momentos cuando esas palabras surgieron en su cabeza. Si no era así, no me importaba en absoluto apropiarme del sentimiento.
Más tarde, cuando desperté, me preguntaba si no me había quedado con ganas de más. De hablar con ella, de abrazarla, de contarle a la cara muchas de las cosas que no he dicho en estos dos años. Sin embargo, ese leve contacto, la caricia de Ana en mi mente dormida, había sido suficiente.
Suficiente. Antes parecía una palabra fea, sin sentido. Pero alguien me enseñó que "suficiente" no es algo malo. Significa que no necesitas ni más ni menos para ser feliz.
Era el momento justo, la cantidad justa de todo.

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