lunes, 12 de agosto de 2013

Hopes.

El frío de la habitación nos arropa con su suave manto. Nos permite permanecer enlazados en el confuso nudo de brazos y piernas en que, inconscientemente, nos convertimos los dos. Los haces de luz que se derraman perezosamente por las amplias ventanas del salón dibujan las siluetas del polvo en el aire, tienen el dorado de una puesta de sol.
La película es aburrida. Muy aburrida. Recuerdo vagamente haberla visto antes, es una tonta comedia amorosa. O puede que los argumentos se repitan tanto que todas las películas me resulten iguales. Nunca me ha gustado mucho el cine, y menos aún la televisión.
Noto que él tampoco parece muy entusiasmado.
Sin embargo no me movería por nada del mundo. Con su brazo haciéndome de cojín en el cuello, sus dedos jugueteando con el lóbulo de mi oreja, lanzando escalofríos a lo largo y ancho de toda mi blanca piel. Sus piernas hacen una trampa con las mías, su mano libre me acaricia todo el cuerpo: los brazos, el cuello, el rostro, el vientre, las piernas. Siento la piel caliente y estremecida al mismo tiempo.
De pronto, en la pantalla, entra en escena un bebé. Una bolita pálida, de grandes ojos azules y pelusilla dorada en la cabeza. Por algún motivo sonrío al ver su risa musical, sus mofletes regordetes, su torpe manoteo. Y cuando alzo la cabeza en dirección a mi novio, descubro que me está mirando del mismo modo en que yo contemplo al bebé: con adoración, como si fuera lo más hermoso que ha visto en su vida. Siento que la sangre sube rápidamente a mis mejillas, sofocándome más, como si no me costase bastante concentrarme cuando me toca. Encima, sus ojos verdes tienen que clavarse en mí de ese modo...
Su voz de trae a la realidad.
-¿Te lo imaginas?-susurra. Y para dar más énfasis a sus palabras, me acaricia el abdomen con las yemas de los dedos.
Se me escapa un jadeo entrecortado. Sí, sí me lo imagino. Ahí, en nuestros brazos, cálido y sedoso. Un chico, tan guapo como su papá, con sus ojos verdes, la piel acaramelada, mis rizos castaños. Y el poderoso deseo que acompaña a esa imagen mental me estremece.
Él parece leer en mis ojos, como siempre, y la sonrisa se le congela en el rostro. Antes de que abra la boca para enumerar las ciento una razones por las que -de momento- es imposible, muerdo su labio y tiro de la carnosa superficie hacia mí.
-Ya, lo sé, es solo que tengo mucha imaginación.
-Y eres muy impaciente-corrobora.
No voy a dejarme en ridículo intentando rebatir eso, con un adorable pucherete de los que partirían a mi Eddie en dos, porque aún siento la electricidad allí donde mi piel toca la suya. El corazón me martillea a gran velocidad.
-Somos jóvenes, sin casa, estudios, independencia ni trabajo-cuento rápidamente- ¿me dejo algo?
-Bueno..
Sus manos comienzan a deslizarse lánguidamente bajo mi camiseta, y yo dejo que me tumbe, que roce mis labios con la misma sensualidad, bajando por mi cuello, acariciando mi pecho, deteniéndose algo más abajo del ombligo. 
-...tampoco tenemos práctica-finaliza, con expresión lasciva.
-A eso sí podemos ponerle remedio-acepto.
Y me dejo llevar al fin del mundo bajo sus manos.

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