martes, 29 de enero de 2013

When I hear your cries...

"Yo no estoy hecho para amar a nadie".
Puse el dedo sobre el botón de apagado, sin cerrar la sesión siquiera y esperé. Uno, dos, tres. Luego me quedé allí, sentada en mi silla giratoria azul. Aspiré en desesperadas bocanadas el frío aire húmedo del estudio, ignorando la punzada en mi pecho. Mi corazón aceleró su carrera, y de pronto fui mucho más consciente de cada célula de mi cuerpo. Del picor de mis ojos, la aspereza con que todo se sentía bajo mis manos. Sentí el dolor en la parte baja de la espalda, después de tanto tiempo sin moverme del sitio. También que el vello de mis brazos de erizaba, y la punta de mi nariz estaba casi tan congelada como mis entumecidos dedos. Al ponerme de pie, la sangre circuló perezosamente hasta mis pies, de modo extraño, como si fuera muy espesa.
Y eché a correr. Bajé las escaleras de dos en dos, tropezando con mis propios pies, y solo cogí mis llaves del recibidor y mi bicicleta del exterior. El frío me hizo daño y  arrancó violentos estremecimientos de mi cuerpo, que se precipitaba calle abajo a toda la velocidad que mis piernas me permitían. Sentí calambres en los gemelos y la melena azotándome la espalda. Me puse en pie sobre los pedales para ir más deprisa.
Lo único cálido eran mis lágrimas. Abrasadoras, cegadoras, feas. No han dejado de aparecer sin previo aviso desde esa noche, la del domingo.
La lluvia lo hizo todo más dramático. Primero un ligero aguacero, luego la helada llovizna. Finalmente, bajé una de las piernas del vehículo y lo detuve con la otra, dejándolo tirado en el suelo.
Llamé al timbre de la casa varias veces. Aporreé la lustrosa superficie.
Cuando Gyu abrió la puerta, recobré la lucidez, y un extraño flash me mostró una fugaz imagen de mí misma, despeinada y mojada, con el rostro congestionado y los ojos hinchados.
Tan pronto como llegó, la sensatez me dejó allí arrumbada, sola con un torrente de explicaciones y un nudo en la garganta. Él tiró de mi brazo y me hizo entrar en el vestíbulo.
-Quieta.
Sollozando y tiritando, me envolví con los brazos a mí misma y aguardé. Él apareció con un albornoz de ducha muy grande y me envolvió en su cálido rizo. Goteando sobre la alfombra, solo fui capaz de acurrucarme en él y mirar con desesperación sus grandes ojos verdes, habitualmente tan risueños.
Gyu vaciló. Sabía que no iba a arrancarme ninguna respuesta coherente. Tampoco me había visto nunca así. Y aunque no era muy dado a esas cosas, dio un paso hacia adelante y me envolvió sus brazos. Me quedé muy rígida, con el rostro contra su pecho; pero aún me quedaba juicio y no quería que interpretase mi conmoción como un rechazo. Así que me abracé a su cintura y tragué saliva mientras me estrechaba, y mis convulsiones crecían de rapidez e intensidad.
-Anda, ven.
Con delicadeza, estrechó mi mano y subió las escaleras conmigo a su espalda. Me empujó hacia su dormitorio y cerró la puerta. Allí me quedé, en relativo silencio. Gyu cerró las cortinas, encendió la cálida luz anaranjada de su mesita de noche y puso en funcionamiento el aire acondicionado. Una ráfaga de aire tibio me golpeó la cara, y la habitación comenzó a caldearse. Luego se dirigió a su armario, miró varias etiquetas y sacó un pijama, probablemente el más pequeño que tenía. Lo puso todo sobre la cama, girándose hacia mí.
-Espero fuera.
Y me dejó sola. Me aproximé tambaleante a la cama y mis manos me cambiaron de ropa. Me asomé al exterior, donde el frío me recibió de nuevo.
-¿Ya?
Asentí. O en realidad solo dejé caer la cabeza hacia adelante un segundo. Gyu recogió mi ropa mojada y la extendió sobre el pasamanos de las escaleras. Al regresar, me empujó hacia el colchón y se sentó a mi lado con una toalla pequeña, que utilizó para secar mi cabello.
-Ahora quiero saber qué ha pasado.
Entrecerró los ojos al ver que los míos volvían a humedecerse. Y por primera vez en horas, podría decirse que hablé.
-Gyu..., Min..., es decir, no, es que..., espera, nosotros...
Y ya no pude decir más. Pero supe que lo había entendido.
Así que me estrechó en sus brazos, y nariz con nariz me cantó. Hasta que caí dormida. Hasta que dejé de llorar. Me dijo que no estaba sola.
Y eso fue más que lo que nadie ha hecho hasta ahora, porque sé que es cierto...

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