A veces aún me abruma la enormidad de los cambios acaecidos en mi vida en el último año. Lo he aceptado todo con tanta tranquilidad -para ser yo- que es difícil de asimilar cuando me paro a pensarlo. Sí, quizá ahí resida el secreto del éxito: que lo he pensado todo con el máximo pragmatismo posible. He considerado mi bienestar y mi seguridad por encima de muchas otras cosas y, mira tú por dónde, al final he acertado de pleno en mis consideraciones metafísicas. Quién me lo iba a decir a mí.
Aunque, siendo sincera, me gustaría haber llorado mucho más por las cosas que han dolido y siguen dentro de mí. A veces, especialmente cuando hago daño inintencionadamente a alguien a quien quiero, el recuerdo me persigue durante mucho, mucho tiempo.
Y me he parado a pensar en esto precisamente ahora porque, un día como hoy de hace un año (es decir, unos cinco minutos para mí), casi "rompí" con mi marido.
Es difícil usar la palabra "romper" porque, siendo honesta, no estábamos oficialmente juntos y es difícil romper algo que casi ni había arrancado. Un día como hoy, hace un año, me levanté de la cama a duras penas, me tomé un minuto para lamentar mi reflejo mustio en el espejo del baño y bajé a desayunar a la cocina. Mi padre estaba allí, sorbiendo poco a poco el café ese aguado e híper azucarado que se toma, me dirigió una mirada de lástima que por suerte he visto pocas veces en la vida y me llamó a su lado. Yo comencé a marear la tostada en el plato, la cucharilla en el café. No tenía hambre. Mi padre arrancó a hablar poco después y yo le escuché, y también aporté un poco. No tenía demasiadas ganas pero sé que es parco en palabras y cuando te dedica ese tiempo, es especial y merece muchísimo la pena. Aquella mañana, como tantas otras veces en mi vida, me abrumó el amor tan especial que siento por mi familia y la suerte de contar con ellos me hizo sentir segura, arropada y protegida en el mar de decisiones difíciles en el que se había convertido mi vida.
Quizá no fue el mejor consejo, pero me dio perspectiva y decidí ponerlo en práctica, aunque casi resultara en catástrofe. Intenté ponerlo todo en una suerte de standby, pero eso implicaba casi destrozar lo más bonito que he tenido en la vida. Entonces, claro, no lo sabía; pero desde entonces me persigue la imagen de mi marido, triste y cansado, tratando de contener las lágrimas de derrota y animándome a ser feliz.
Como si yo pudiera vivir sin él
Como si yo quisiera pasar un solo segundo sin estar a su lado
Como si no hubiera sido ya, en ese momento, el centro mismo de mi existencia. Mi vida, mi futuro, mi todo.
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