¿Y si la situación se hubiera desenvuelto en un entorno ligeramente diferente? ¿habría alterado eso el curso de los acontecimientos.
Mientras nos enjabonábamos mutuamente en la ducha propusimos ese escenario tan interesante. Hemos estado tan inmersos durante tanto tiempo en lo que sucedió el día después de navidad, que creo que ninguno se había planteado que fuera de otra forma.
Pero pongamos que, en lugar de besarnos en una plaza, rodeados de gente en un atardecer de diciembre, hubiéramos quedado en otro sitio. Por ejemplo, digamos que me hubiera recogido en casa para una de sus elaboradas y estrambóticas citas..., bien, no había nadie en ese momento.
Puedo hacerme una idea bastante clara de lo que habría pasado al abrir la puerta. El mismo beso sentido, espontáneo, desesperado y eterno que compartimos, con más manos en la soledad del jardín. Con el corazón latiendo al ritmo del batir de alas de un colibrí y la piel caliente y ruborizada, habría tirado de él hacia el interior de la casa. El sofá, mi dormitorio..., habría dado igual el sitio.
¿Si, en esta hipótesis, habríamos llegado hasta el final? no lo sé, pero algo me dice que no; al igual que no lo hicimos cuando nos metimos en el coche el pasado 26 de diciembre. Aquella noche nos besamos con febril desenfreno y nuestras manos navegaron por los cuerpos, sobre la ropa, pero no cruzaron ninguna otra línea, no como dos días más tarde, con sus labios cerrándose sobre mi pecho y un dedo curioso investigando entre la humedad de mis pliegues.
Creo que, si hubiera pasado como lo planteo ahora, probablemente nos habríamos separado con un esfuerzo titánico y la ropa desordenada y arrugada. Maravillados, extasiados... y yo, bueno, un poco culpable.
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