martes, 19 de enero de 2021

Preludio de una mujer ahorcada: el egoísmo onírico

Incluso en las brumas del sueño, él lloraba. Odié cada paso que me acercó a su rostro de querubín, por no hacerlo más deprisa. Aquellos ojos de topacio relucían hacia los míos, los labios llenos y enrojecidos. Su pena me hacía sangrar el corazón.

Soñé que me arrodillaba ante él, que le besaba los ríos salobres que recorrían sus mejillas sonrosadas. Soñé con anhelo con su olor, tan real que podría saborearlo.
Al tocar sus labios con los míos, nuestras lágrimas se mezclaron. Sollocé en su boca y me llené de su gusto a hogar, a suavizante, a Axe Apollo y a Issey Miyake. En aquella realidad brumosa, él recorría mi cuerpo con fuerza y calma, acercándome a sí mismo, al lugar al que pertenezco.

Soñé que me amaba, y que yo le adoraba con mi cuerpo. Soñé que sabía que era un sueño y temí despertarme y no volver a tenerle, enfrentarme a la realidad de este día en que voy, como prisionero a la horca, a que termine de romperme con sus acusaciones, su dolor, sus dentelladas de animal herido.

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