miércoles, 11 de febrero de 2015

Sadness made up as anger.

¡Odio las indirectas!
Odio las indirectas, porque no me estás diciendo a la cara lo que piensas pero sabes que lo voy a ver. Estás usando las mismas redes sociales que nos unieron para hacerme daño.
Porque lo estás usando para hacerme daño. No me molesta tanto la indirecta como que la hayas usado infantilmente en lugar de hablar conmigo. Hiriéndome.
Porque, ¿sabes qué? han sido dos semanas terribles. ¿Te cuento mi horario, o lo intuyes? Clase, casa, biblioteca, casa, clase. He estado muchos días estudiando casi once horas al día, y dudo mucho que sepas lo que es eso siquiera.
Pero eso no es lo malo, es cansado, pero no es malo. Lo malo es que haya estado triste por la tensión en clase, triste por sentirme aislada y vulnerable. Y también es malo el efímero pero puñetero catarro que pesqué la semana pasada y que ha mantenido mis sentidos embotados durante cinco largos días en los que me he sentido impotente, agobiada e inútil sin motivo ninguno.
Y pienso que te doy igual, porque no has sacado ni cinco minutos para preguntarme tú si me encontraba mejor, si la situación había mejorado o cómo me ha salido el examen de lengua. ¿Siempre tengo que ir yo detrás de ti? Sé que hemos perdido confianza y que en parte es culpa mía: culpa de mi orgullo, de mi falta de tiempo, culpa de mis celos y de mi intento de alejarme de ti. ¿Crees que no me siento culpable de no haber estado ahí cuando probablemente me necesitabas? Por supuesto que sí, mierda, pero tampoco es como si me hubiera sentido apoyada por ti.
Estoy furiosa, mierda. Furiosa y triste, por sentirme culpable y herida. Y ahora no te vas de mi cabeza y necesito espacio para memorizar todas las características técnicas del románico.
Ah, por cierto, yo no necesito ir con indirectas. La has liado, Ed.

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