lunes, 18 de febrero de 2013

Mamá.


Las sombras, alargadas y grises, mordieron sus prominentes huesos. Las sombras son mis enemigas, van de la mano del tiempo, y ambas luchan contínuamente por atraparme. Yo sujeto su mano entre las mías. Una mano pequeña y morena, frágil, huesuda. Dibujo círculos en el dorso con mi pulgar, parece que tengo unas manazas enormes. Sus pestañas aletean, una y otra vez, una y otra vez. Me rompe el corazón ver sus esfuerzos por mantenerse despierta; como tantas otras cosas lo hacen...
Así que llevo mis dedos a su pelo, enredándome en los suaves mechones negros, acariciando con las uñas el cuero cabelludo. Así, sus párpados se desploman de una vez por todas sobre el iris negro y las dilatadas pupilas. Incluso dormitando, su respiración es ligera y superficial. Su ceño permanece arrugado, sus rojos labios firmemente cerrados, crispados los rasgos de su hermoso y delgado rostro, cetrina su piel morena. Sus dedos aferrando mi mano libre.
Comienzo a entonar una nana. Primero con letra, luego solo con voz. En realidad es una simple canción que encuentro muy relajante. Incluso sin el piano de fondo suena bien. En voz baja y grave, con tonos sencillos y repetitivos, le repito una y otra vez la melodía. Hasta que su rostro es una máscara tranquila y su pequeña mano languidece inerte bajo la mía. Con los labios entreabiertos, ella trata de dar forma a las burbujas de aire que son las palabras. Pero está dormida, y yo sigo cantando hasta que deja de luchar con el sueño. Me gusta estar sola con ella.
Ahora puedo entender muchas cosas. Puedo dejar de hacer preguntas que, ahora entiendo, son meramente retóricas. Puedo comprender aquella escena que tanto se repetía en mi infancia, cuando yo le exigía una promesa, la de permanecer siempre a mi lado. Ella, invariablemente, ponía la mano sobre mi corazón, y su respuesta era siempre la misma: "Aunque no esté contigo, siempre velaré por ti. No te abandonaré."
Puedo entender por qué el monitor protesta con sus rechinantes y estridentes pitidos cada vez que ella trata de incorporarse. Y que una cara seria significa que algo no va bien. Puedo entender por qué a veces no despierta en muchos días, y que en algunas ocasiones no sepa quién soy yo.
Puedo entender que no me queda mucho tiempo, y no solo me refiero a esta lluviosa tarde de Noviembre.
La melodía se extingue en mis labios, y los enormes ojos negros se abren, pavorosos. Desenfocados, ciegos, ajenos a este mundo.
-No me dejes nunca- gime con voz ronca.
Yo me inclino a su lado, coloco su cabeza de modo que pueda oír mi corazón. No sé si me lo pide a mí. No sé si sabe dónde estamos. En cualquier caso, vuelve a relajarse.
Agradezco mucho el haber crecido. No solo para entender las cosas tristes. También, echando la vista atrás, soy consciente de lo fuerte que ha sido ella solo por mí.Cuando se escondía a llorar. Cuando tuvo miedo por ella misma. Sonreía sin rendirse. Amo esa preciosa sonrisa suya, me llena de calidez el pecho y de lágrimas los ojos.
Por eso, mamá, estés donde estés cuando leas esto, quiero que lo sepas. No solo que eres la persona más increíble que he conocido. No solo que te admiro. Si no que jamás voy a rendirme, haga lo que haga. Te lo debo. Jamás voy a abandonarte, porque hasta cuando no estoy a tu lado velo por ti. Que te echo de menos cada instante que no estás cerca de mí. Tu vocecilla, tu sonrisa, el calor de tus abrazos. Poder espachurrarte sin que te partas en dos. El correteo escaleras arriba de los domingos por la mañana, tantos años atrás. Cocinar escuchando La Oreja de Van Gogh. ¿Tú también lo echas de menos?
Los mejores momentos de mi vida han sido a tu lado. Gracias por eso, mamá. Por no rendirte, por no abandonarme, fiel a tu promesa. Por seguir sonriendo, pase lo que pase. Por quererme, por cuidarme. Ser mi consejera, mi fuente de inspiración, mi motivo para seguir viva y ser feliz.
Gracias por ser mi todo.
Te quiero mucho, mamá.

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