domingo, 27 de diciembre de 2020

Et Veneris XIII

Nos miramos, en silencio, y la tensión comenzó a crecer como electricidad estática. Los cristales se empañaron, el coche pareció vibrar y brillar desde dentro, pero yo solo podía percatarme de cómo sus pupilas se dilataban hasta eclipsar el iris, color chocolate bajo aquella luz, por completo.
Solo su mano se movía: el pulgar arriba y abajo sobre el dorso de la mía. Los labios de ambos entreabiertos, congelados y anhelándose; me pregunté si podía escuchar mi corazón retumbando contra el pecho en un latido tan rápido que, al oído, sonaba como una nota sostenida. Como un colibrí. Tuve miedo de esa reacción desaforada, pero incoherentemente pensé que no me importaba que el mundo acabase en aquel momento.

Fue perfecto. Fue real. Fue nuestro.

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