miércoles, 26 de diciembre de 2012

Por amor...


Estaba decidida. Completamente. La impresora traqueteó, emitió un zumbido y comenzó a escupir copias de algo. Una veintena de partituras se dispersaron desordenadamente en la bandeja de la vieja HP deskjet 930C.
La chica las recogió todas y abrió el Youtube. Ya había visto lo menos cien versiones de lo que ella pretendía hacer, pero sus motivos eran otros. No era pianista, ni sabía leer partituras. Quería dedicarle su canción favorita a la persona a la que amaba.
Las diferencias no eran muchas entre un cover y otro. Cogió un lápiz de su estuche de Staedtler rojo e hizo algunas anotaciones en las hojas. Cosas para acordarse de qué notas equivalían a qué teclas del piano que antaño perteneciera a su hermana mayor, y que acumulaba polvo en la biblioteca. Luego cerró el Windows XP y apagó el monitor de su ordenador de mesa.
Echó una mirada al escritorio de madera clara antes de marcharse. Los auriculares, un notebook, los libros del instituto, una caja de alpino y una montañita de Post it amarillos. Lapiceros de los Looney Tunes, su estuche, un montón de bolígrafos bic gastados, su preciosa pluma de plata...
Se inclinó junto a la torre, buscando entre los archivadores para trabajos de clase. Introdujo las fotocopias en una carpetita de plástico naranja y cambió de estancia.
El banquito rechinó sobre el mármol blanco del suelo. La joven se sentó en él, cogió una de las partituras y la dejó en el panel de plástico gris ante ella. Luego, vacilante, deslizó los dedos por las teclas, siguiendo el ritmo del Metronome.
Le asignó un par de notas a cada dedo, y comenzó con la izquierda. El ritmo base. Cuando estuvo segura de que podía tocarlo sin mirar siquiera las notas o el blanco folio que tenía delante, colocó la diestra sobre el teclado y trató de darle forma a la canción.
Estuvo toda la tarde tocando. Con la espalda dolorida por la rígida postura y un dolor de cabeza de caballo, se dio una ducha y se acostó.
La tarde siguiente repitió la hazaña. Y la siguiente. Y la otra. Durante días, se sentó ante el teclado, adquiriendo ritmo y soltura, acostumbrándose a las teclas, casi sin mirar las partituras.
La última noche, el día antes de navidad, estaba reventada. Casi terminando de filmar el cover, su dedo se deslizó sobre una tecla a la derecha de la indicada, y la nota discordante se balanceó en un repentino silencio. La chica no supo rectificar e improvisar a tiempo, y su cover casi perfecto acabó en un perfecto titubeo.
Se echó los tirabuzones castaños hacia atrás, bufando. Luego bajó las mangas del jersey, aterida de frío, y se giró hacia la mesa camilla que tenía detrás. Había un té calentito. La teína era muy estimulante, la mantenía despierta, y humeaba largo rato antes de perder el calor. La joven dio un sorbo a la taza y dejó caer la cabeza sobre la mesa, arrugando los restos de una partitura en la mano. La lanzó por los aires hasta aterrizar en la papelera del estudio. Luego cerró los ojos, casi llorando de rabia. No le saldría, no la iba a tener a tiempo, su regalo, su esfuerzo..., menuda decepción iba a suponer para su chico...
Los iris verdosos reaparecieron bajo los párpados, coloreados de dorado para la cena de noche buena. Antes de amanecer, la canción debía estar grabada. Por su chico, por su amor. Debía ser constante y paciente, debía hacerlo bien por él.
Porque lo amaba.
De la carpeta sacó otra copia más de You and I.
Se volvió hacia el piano, recogiéndose las mangas de nuevo. Activó la cámara, y cuando oyó el pitido, ignoró la partitura y escuchó a su corazón.
¿Por qué una canción con un piano? Porque es lo que hace Sungmin en No other. ¿Por qué You and I? Porque la enamora, la hace sonreír entre lágrimas, y porque su letra le recordaba muchísimo a la persona a la que ama. A su conejito.
A las siete de la mañana, una joven española dormía sobre la mesa, de espaldas al piano. En sus manos había una cámara de fotos, apagada y sin batería. Una taza medio llena de té frío. La cascada de rizos oscuros derramándose por la mesa. La joven no se había desmaquillado, ni se había desvestido. Dormía sobre el frío cristal de la mesa camilla con una sonrisa satisfecha y la carne de gallina. Su padre trató de despertarla, sacudiendo su hombro, pero la joven no abrió los ojos. Él arrancó la cámara de sus manos y la cargó en brazos, con cierto esfuerzo, llevándola al dormitorio después.
Ella, como es obvio, no lo recordaba. Cuando abrió los ojos, era pasado el medio día. No estaba desorientada, sabía qué día era, por qué seguía llevando el vestido y las medias, y también el motivo de su dolor de cabeza y las ganas de volver a dormir.
Tanteó bajo la almohada en busca de su Samsung Galaxy S. El wifi estaba encendido, igual que ella, que de pronto se sentía muy despierta, con el estómago maltratado por los nervios y la teína. Tuenti se inició lentamente.
"Te amo. Y feliz navidad <3"
Enterró la cara en la almohada y se echó a llorar.

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