Tener dos mamás, tres papás y una abuela muy intensa - o, como dice Fátima, tres madres y tres padres, para equilibrar - puede alterar mucho las dinámicas de una persona. Mis dinámicas. Muchas exigencias que parten de seis personas con distintas posiciones, edades, valores y aspiraciones.
Mis exigencias también están, claro. Presentes, vivas, claras y palpables; pero, aún así, en segundo lugar.
He intentado ser una hija correcta, educada, cariñosa, bonita y delgada.
Una hija creativa, ingeniosa, espontánea y alegre.
Una hija dura, trabajadora, resiliente, multitarea, pulcra, ordenada.
He intentado ser desinhibida y amable como mi hermana y superarme como hace mi hermano. He intentado cumplir las expectativas de un esposo paternalista que quiere verme en la cumbre académica. Ha sido tan difícil que he colapsado, me ha podido. ¿Cuántas de mis aspiraciones vitales son mías y no aprendidas?
Hoy, ahora, ya solo quiero ser una persona capaz de poner límites, capaz de priorizar y recuperar la magia de las cosas que la hacen feliz. Capaz de emocionarse con una historia y no volver a avergonzarse de reír o llorar leyendo, alguien que pueda disfrutar de sus pasatiempos sin desdeñarlos por el mero hecho de ser propios.
Es hora de reformular los conceptos. De ser fuerte, sí, pero a mi manera, por y para mí..., no por y para los demás. Es hora de dejar ir a La Niña, de reconsiderar la importancia que tiene lo que los demás piensen de mí.
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