sábado, 14 de noviembre de 2020

Desperdicios

     Ver una serie sobre prostitución adolescente y abuso sexual es siempre como una patada en el pulmón. Para mí, quizá, pueda ser considerado masoquismo. No deja de preocuparme el seguir conectando con esa etapa de mi vida. Seguir ahí, estancada, en mis frágiles 16. En la obsesión de no ser un objeto, pero buscando constantemente esa validación ajena, esa atención que necesito que tanta repulsa me causa. Con todas esas cicatrices que, como queloides, han mutado desde la piel hasta el alma.

    Al final, Baby es un recordatorio de que las cosas no siempre funcionan para todo el mundo, y menos como uno querría, como la televisión y los medios sugieren que la vida fluye, justa y felizmente. No. En una sociedad donde los milagros escasean, a veces los inocentes pagan, a veces los culpables también, a veces no son víctimas quienes creemos, y pocas veces importa nada más. 

    Pero es difícil medir lo justo, incluso cuando el culpable es privado de su libertad, porque el dolor queda para revestirte el resto de tu vida. 

    Tan entumecida

    Tan vacía

    Tan ajena

    Tan muda

    Todo el mundo te mira y tiene claro quién eres, o quién puedes ser. Todos ven tus adjetivos, tus logros, tus ambiciones, tu potencial. Y tú no sabes qué decir, no sabes qué sentir, no sabes por qué no respondes como deberías. ¿Es que acaso te has estropeado? Y tienen la cara de lamentarse, ¡qué desperdicio!

    Pero eso es puntual; la realidad es más larga. Los días son más cortos y el frío acecha cuando se acerca ese aniversario simbólico de dolor, pena, rabia, culpa. La injusticia, los crímenes sin pagar. Esas cosas que le pasaron a una, hace mucho, mucho tiempo. Navidad, más culpa.

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