miércoles, 7 de noviembre de 2018

Good girl, bad girl.

Alguna vez me he preguntado si lo que soy es inherente a mi persona o si mis comportamientos son aprehendidos. Bueno, supongo que es más correcto preguntarme qué porcentaje de mi personalidad responde a cada uno de los criterios.
Lo que quiero decir es que nunca me había parado a pensar en que soy, en el fondo, una mala persona; y si este dato tan revelador es resultado de los valores que se me han inculcado o de que yo misma los aceptara y asumiera. De esta manera, me doy cuenta con la fortaleza de una revelación epifánica de que lo que yo tomaba por integridad moral no es sino egoísmo y afán de protagonismo. Verás, me educaron para ser competitiva, para esforzarme y resaltar; ya sabes que condeno el cansancio y el dolor y procuro asumirlos como una parte inevitable y natural de la vida. Crecí pensando que, naturalmente, las personas tenían capacidades diferentes y quienes se esforzaban más eran, en cierto modo, mejores. El sacrificio también es una virtud que valoro, una cierta tendencia a la martirización silenciosa nunca está de más entre los míos. "El que vale, vale, el que no... comida para perros" es algo que mi padre decía y dice a menudo, dando por hecho que yo valía, ¿podría permitirme el lujo de despreciar a quienes no?
Crecí pensando que los amigos vienen y van y que no se puede confiar en nadie, porque las personas solo quieren obtener beneficio de mí y los míos; así que es totalmente legítimo tener "amigos" hasta en el infierno por si algún día necesito un favor. Para este fin, es necesario destacar, deslumbrar y labrarse un buen nombre. Pero los amigos de verdad..., eso ni siquiera existe.

Puedes darte cuenta del mazazo que supuso para mí ampliar mis círculos y dejar de ser alguien que inspiraba admiración y envidia. Excelente a los 5, del montón a los 15, conforme conocía a más personas que tenían la capacidad de hacerme sombra, no pude sino alimentar mi carácter competitivo. La gente que no tiene dinero debe labrarse la excelencia de otra manera, digo yo.
Así pues, la empatía no es mi fuerte. No soy generosa, ni altruista, pues espero recibir algún tipo de mérito de muchas de las acciones que realizo, ni buena, ni inocente. Tiendo a pensar mal de la gente, soy relativamente reservada y me valgo mucho de mi tatemae.

Así pues, ¿qué importa si soy o me han hecho? la pregunta de verdad es si puedo, si realmente tengo el coraje que requiere cambiar en qué me he convertido.

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