viernes, 22 de enero de 2016

There might be coffee.

Hay cafeína en mi sangre. De alguna manera, me he tomado el último té demasiado tarde, cerca de terminar mi sesión de seis horas y media de estudio. Ahora tengo esa sensación rara de estar cansada y activa a la vez. Mi cuerpo se siente lacio, mis músculos acusan la tensión de los últimos días y me pican los ojos; y sin embargo mi mente se siente frenéticamente activa, receptiva. Es como si me acabara de levantar después de haber dormido mucho, y estoy despierta pero quiero seguir durmiendo porque me duele todo el cuerpo de tantas horas sentada en la misma posición aporreando las teclas y arañando el papel, y siento que las oraciones se alargan interminablemente como lo hace esta voz mental mía que no para de narrar y pensar, pero es que ya sabemos que eso no es bueno, que estoy agobiada y encarcelada en el rito de la memorización, y de alguna manera necesito pensar, y liberarme, escribir y ser creativa y empiezo a pensar que estas oraciones necesitan un punto que os deje recuperar el aliento a quienesquiera que seáis los matados que me leéis, si existís. (Hola, Ali).

Todo esto sería fabuloso si tuviera un poco de sana y buena música para mantener mi griterío mental a raya, pero eso no es así y los últimos meses de estancamiento anímico se aferran a mi piel tratando de hundirme en una miseria que no sé por qué siento, y si tan solo pudiera dormir bien y no tener ni una sola pesadilla.

Pesadillas. En mi verborrea mental de over-coffee estuve pensando en aquella estúpida loquera que tuve que soportar durante dos sesiones cuando tenía trece años. Estaba tan rota y necesitaba tanto hablar...pero simplemente no con alguien tan estúpido. Lo único bueno que me quedó de aquella ignorante mentecata fue la costumbre de escribir mis sueños, mis pesadillas, que no son otra cosa que recuerdos distorsionados por el miedo, y las sombras convulsas que tendrían que verme y no me ven, y todo piel y huesos, y muerte. Nunca me muevo cuando sueño, no puedo escapar a esa parálisis húmeda y borrosa, y me despierto sin aire, helada y sudando, con terror de volver a dormirme.

Pero no puedo detallarlo. 18 años formando parte de esta realidad y todavía se me atascan las palabras, y las lágrimas, y todo el resentimiento que se ha encostrado en mi corazón. Puedo recordar los sueños, uno por uno, puedo atragantarme con ellos pero no escupirlos. Así que supongo que solo puedo escribirlos en mi cabeza, por lo que aquella psicóloga de pacotilla no me dejó ni siquiera eso, solo un mal hábito con el que angustiarme cuando estoy estudiando, y agobiada, y triste, y he bebido demasiado café.

¿Será esto la nueva crisis de los 18?

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