miércoles, 6 de enero de 2016

Tenía la sensación de que su vida, sus días, transcurrían a trompicones.

Comenzaban lentamente, cuando se despertaba, admirando el haz de luz dorada que se colaba por la ventaba de su habitación. Le gustaba recrearse en la forma en que las motas de polvo dibujaban espirales en el aire a contraluz. En cómo su cuerpo se hundía en el colchón. Le gustaba esa sensación hueca de tener la cabeza rellena de plumas.

Y lo siguiente que sentía era la profunda pesadez del tiempo desgastando su cuerpo y sus ganas de ver, vivir, sentir. Es como si un invierno constante se hubiera metido en su cuerpo, y la niebla le impedía ver el manso sol desde el interior, derramándose lentamente sobre todas las cosas conocidas.

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