martes, 17 de marzo de 2015

My soul's soundtrack.

No creo en el alma. No puedo creer, dado que no existe Dios o divinidad, ninguna religión para mí.
Y sin embargo, quizá debido a la forma de la que me educaron o a mi afición por la literatura fantástica, lo cierto es que es difícil concebir que mi esencia -mis gustos, mi personalidad, mis sueños y mis recuerdos- estén concentrados en ese órgano blandengue y acuoso que es mi cerebro. Si fuera mi corazón, todavía, pero tengo que admitir que, biológicamente, mi corazón no sirve para otra cosa que para bombear sangre, que no es poco. Pero la cuestión es que siempre he imaginado, más allá de los conocimientos reales que me ha enseñado la ciencia, que mi esencia está concentrada fuera de mi cuerpo, de forma que éste funcione como una carcasa y mi persona salga de él y se pierda cuando yo muera. Pero es solo imaginación, sé que no existe tal cosa aunque en mi mente literaria (que también soy yo, porque soy todas mis facetas, como bien dijo Friedrich Niezsche) la considere como tal, considere un posible alma NO religiosa como mi "yo".
Si mi alma tuviera una banda sonora, probablemente sería el Winter de The four seasons de Vivaldi. Lo digo desde hace mucho tiempo, y no porque considere a mi esencia fría y oscura ni nada parecido. Es solo que me parece que la forma en que se mueve la melodía es como mi personalidad, es cambiante, y apasionada, tormentosa, y luego suave. Pasa de lo más alto a lo más bajo, de lo dionisíaco a lo apolíneo, de la guitarra a la lira, como diría Germán. Situaciones intelectuales y desapasionadas, que son pocas, y luego la fuerza y la furia que aplico a las cosas que me gustan y que despiertan mi lado más sensible y menos domesticable.
Pero The waltz of flowers, parte del Nutcracker de Tchaikovsky es como mi día a día, mis pensamientos internos, esa cursilería melancólica y dulzona que me ataca a veces. Es capaz de hacer temblar mi corazón con un cosquilleo, de elevar mi pecho con un aire más allá del mundano oxígeno. Es vida.


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