martes, 31 de marzo de 2015

Dioses.

A veces me gustaría ser creyente. Especialmente cuando veo a otras personas rezar.
Un profesor me dijo una vez que aquello que creen en un ser superior viven más felices que los ateos como yo. Parece muy reconfortante pensar que alguien te está escuchando, o que alguien que puede arreglarlo todo te va a ayudar. A veces yo también lo intento, pero la parte más lógica de mi cabeza me mira como si estuviera tarada. Intento imaginarme a un Dios gordito y barbudo, todo blanco, sobre una nube. O a un buda sonriente y... dorado. Intento imaginarme incluso algo más verosímil, como los Dioses del Olimpo, con virtudes y defectos, y cualidades representativas.
Pero simplemente no puedo, no puedo.
A veces yo me aferro al recuerdo de la protección de ese ser que me seguía y protegía en mi imaginación, en mi infancia. En algunos momentos la desesperación es grande, y uno ambas manos aferrando mis nudillos blancos, tensando los tendones con fuerza, mirando a la nada y pensando con intensidad. Entonces me abruma una infinita soledad, y pienso que solo soy una manchita entre diez mil millones de manchitas, en un pequeño planeta de una diminuta galaxia, y que a nadie le importa mi pequeño gran mundo interior. Paco lo llamó "soledad cósmica", y creo que ese nombre le va muy bien: estoy sola en este enorme universo, como lo estamos todos.
Por supuesto que no hay Dioses, a menudo no entiendo cómo alguien puede creer en semejantes tonterías. A menudo pienso que sería bonito creer también, si pudiera, al menos para tener la falsa ilusión de que alguien va a cuidar de los míos mientras yo no pueda hacerlo.
Qué tonterías.

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