viernes, 24 de octubre de 2014

To be famous.

Ah.
Mi brusca exhalación involuntaria se oye en la habitación como si hubiera gritado, aunque para nada. Los ojos me pesan, escuecen, se cierran contra mi voluntad..., qué molesto. Qué molesto no poder contener el sueño en mi cuerpo. Puedo reprimir la ira, el miedo, las lágrimas y el dolor..., supongo que habría podido disimular una sonrisa también de haber querido. Pero eso sería una tontería, ¿quién quiere que no se le note que está feliz?
Esa pequeña rebelión de mi cuerpo me enfada. Me enfada la alternancia de palidez y ojeras bajo el maquillaje en mi rostro, y me enfada la lentitud con que mis párpados ascienden tras cada parpadeo, y falta de sincronía con que vuelven a descender, deseosos de enredar sus pestañas, como amantes furtivos en la noche...
Empiezo a desvariar. Enérgicamente, para no utilizar los brazos, me pongo de pie en un movimiento fluido. Gran parte de las articulaciones de mi cuerpo protestan, emitiendo desagradables y breves crujidos. Paseo por la habitación: individual, pequeña, blanca. Un minúsculo baño de pladur cuyo sistema de ventilación no funciona, junto a la entrada de la habitación. Dos ventanas de distinto tamaño en la cara Oeste de la habitación. Están cerradas con llave, detalle en el que intento no pensar, o estaré arañando los cristales en busca de oxígeno en medio minuto. Al menos hay una buena vista de los jardines y la decoración que permite la entrada al hospital, y de cómo el sol se hunde en la ciudad, arrancando destellos de todos los colores del hermoso firmamento y de todos sus componentes: una luna temprana, nubes informes, el tenue fulgor de una futura estrella. La ciudad entera cobra vida lentamente en este viernes por la noche, lejos de aquí, lejos del pladur roto, lejos de la gota de sudor que resbala por mi columna vertebral. Todo un mundo cambiando a toda velocidad, alejado de mi angustia, de mis deberes de historia desparramados en mi improvisado escritorio, lejos de mi libro expectante a los pies de la cama, llamándome como una suave brisa en verano.
Doy la espalda al anaranjado anochecer de este verano inoportuno y tardío. Qué poco me gusta. Camino a lo largo de la habitación, sintiendo la lenta contracción de los gemelos cuando estiro las piernas, cuidadosamente, más de lo normal. Mientras, por el rabillo del ojo, la miro. Duerme, inmóvil, pálida y sudorosa. Sueros, antibióticos, morfina, medicamentos. Todo correcto, las bombas perfundiendo cada una a su ritmo, vibrando disparmente de cuando en cuando. Me sorprende comprobar las cosas que he aprendido a raíz de esto.
Mis pensamientos vagan al reciente escándalo del ébola en España. Pienso en el movimiento alentado por la información de los medios, en toda esa gente apoyando a la enferma y a su familia. Me pregunto cómo me sentiría si también me apoyaran a mí. Si no estuviéramos en este viejo hospital público, si la pared de pladur del dormitorio no tuviera un agujero, si los equipos funcionaran y no hubiera que cambiar los sistemas cada cinco minutos porque son defectuosos. Me pregunto cómo sería leer mensajes de apoyo en las redes sociales deseando la rápida recuperación de mi madre, a la que tanto adoro...
Aunque claro, también es fácil adivinar un lado malo. Me imagino al borracho-maltratador de mi tío hablando para las cámaras acerca de su infinito amor por su hermana mayor, hablando de su evolución como si alguna vez hubiera venido a verla. Puedo crear escenas en mi mente, en las que se la desacredite públicamente por actos que ella no puede controlar. Y la sola idea de no tener descanso ni privacidad ya me produce angustia.
Encuentro una toalla de cara limpia en la maleta, en el decrépito armario. En el baño, la humedezco por las puntas con agua fría, y regreso a su lado, a limpiar los resíduos de la fiebre, a secarle el sudor. Ella sonríe levemente, pero no abre los ojos. Parece que es agradable.
Sigo dándole vueltas al asunto. Lo que podría haber sido, cómo habría cambiado la situación de haber contado con un apoyo externo.
-En realidad, da igual. Nada va a cambiar.- y, por algún motivo, decirlo en voz alta lo hace más real.- Porque no eres famosa, y nadie puede fingir que le importas. Tus hermanos no van a venir a verte. Tu padre no va a venir a verte. Tu país no va a desear que te recuperes pronto. Pero los que te queremos sí que te vamos a cuidar, ¿verdad?
Y ella resopla, porque está dormida de nuevo.
Me lo tomaré como un " sí ".

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