jueves, 5 de julio de 2012

Capítulo diez

-¿Qué, no vas a taparme los ojos?-inquirí con curiosidad sarcástica
-No me apetece que te rompas la crisma, así que todavía no.
Le seguí por los tejados por los que le había visto caminar tan sinuosamente antes. Al fin desentrañaría el misterio. Él me guió de la mano por las resbaladizas tejas rojizas, desgastadas por el tiempo, maltratadas por la lluvia, el viento y el frío; pisando cuidadosamente las zonas resbaladizas por el musgo y las trepadoras.
Era una noche muy luminosa. Las estrellas se peleaban por cada espacio libre en el cielo.
-Por aquí.
Habíamos llegado al final. Justo al lado de mi calle estaba el pequeño aparcamiento de una farmacia 24h. Saltamos hacia el bajo tejado del edificio, y desde ahí ya no fue peligroso saltar a la superficie del aire acondicionado.
-Ahora lo entiendo-murmuré para mí misma
Él no dijo nada, y yo lo interpreté como el motivo por el cual no me lo había contado antes. Pensaba enseñármelo.
Se dirigió hacia el aparcamiento. Había espacio para unos diez coches, pero estaba vacío, salvo por una reluciente moto negra, una hermosa Harley Davidson Fatboy 103. Silbé por lo bajo, y Dani compuso una mueca burlona.
-Espero que no te de miedo viajar en moto.
Negué con la cabeza
-Y menos en esta preciosidad
Acaricié la superficie, reluciente e impecable, como si fuese nueva.
-¿Sabes algo de motos?
-No mucho, pero siempre me han gustado-repuse, a la defensiva
-¿Sabes qué modelo es esta?-inquirió mientras subía al suave asiento de cuero y se acomodaba
-Claro, es una Fatboy 103.
-Mi favorita es la...
-...Sportster 883-completamos a la vez
Él guardó silencio, un poco sorprendido. Luego esbozó una sonrisa franca, asombrada y maravillada a la vez.
-Es tan elegante y tan...imponente...-suspiré
-Lo es.-abrió la boca de nuevo, pero titubeó y terminó por mirarme fijamente-Adelante, señorita.
Me tendió un único casco de color morado.
-¿Es el tuyo?
-No, nunca llevo.-respondió-lo he comprado para ti. ¿No te gusta?
-Claro que sí, es mi color favorito.
Pero supuse que eso él lo sabía. Habría sido demasiada coincidencia que lo hubiera escogido sin querer de ese color, y no negro, por poner un ejemplo.
Me aferré a su chaqueta de cuero. Hacía calor para aquello, pero tenía entendido que el roce del viento es muy incómodo a altas velocidades. Le abracé con fuerza mientras atravesaba las calles vacías de aquella avenida tan familiar como un cuchillo llevado por el viento.
No escondí la cara en su espalda ni cerré los ojos con fuerza. Disfruté del cosquilleo que nacía en mi barriga mediante se incrementaba la velocidad, mirando al viento a la cara. Como en aquella canción de Marea, "Que se joda el viento". Me lloraban los ojos.
Dani fue aminorando la velocidad lentamente. La moto detuvo su ronroneo con una suave sacudida.
-Ya estamos cerca.
Entumecida y un poco temblorosa, deslicé la pierna de detrás suya y bajé del vehículo y me subí la visera del casco para poder exclamar:
-¡Guau!
-¿Gratificante?-me tendió las manos para que le diera el casco
-¡Eso se queda corto!
Se rió entre dientes y aparcó la moto en la espesura. Había bastante maleza y árboles, y deduje que teníamos que estar cerca de algún parque o pequeño bosque. No sabría decir cuánto tiempo había estado conduciendo.
Dani echó a andar cuesta arriba y yo me apresuré a seguirle por el sendero de polvo claro.
No tardamos mucho. Los árboles comenzaron a ralear, y pronto pude ver el cielo si miraba hacia arriba.
De pronto, mi acompañante se situó detrás de mí, colocándome las manos sobre los ojos.
-Tranquila, el terreno es llano.
Avancé cautelosamente hasta que sentí espacio a mi alrededor. Supuse que habíamos llegado a un claro u otro camino.
-Dime algo material que te guste con locura-insistió
-Los libros-respondí de inmediato.
-¿Un sitio tranquilo?
-Una playa...o un bosque
Y comencé a comprender que aquello estaba relacionado de algún modo.
-Bienvenida al paraíso.
Y retiró las manos de mis ojos.
La vegetación crecía salvajemente. Las flores cuyos nombres no conocía, de belleza sencilla e innegable, salpicaban con su color el perenne verde. La hierba verde. El musgo sobre una roca, trepando por los troncos de aquellos árboles ancianos, con sus hojas de color jade incluso en aquella oscuridad.
Pero no era eso exactamente lo que me estaba enseñando. Había alfombras en el suelo. Alfombras cuadradas, de colores apagados, raídas por la humedad y los animales. Alfombras de estilo persa y turco. Sencillas o llenas de formas que cobraban movilidad bajo la luz plateada de nuestro satélite. Sobre aquella superficie, incongruentemente, montañas y montañas de libros. Libros gruesos, finos, de encuadernado frágil, con tapadera de plástico. Más nuevos, más antiguos. Clásicos, de hojas amarillentas o suave papel reciclado. De amor, misterio, de hace 200 años o quince días.
¿Cuántos ejemplares habría allí? cientos, más que en mi casa, y eso que siempre hubo estanterías repartidas con decenas de libros manoseados y releídos tantas veces...
Dani me miraba, a la espera.
Yo no podía apartar los ojos de aquello, de mi sueño ante mis ojos, para mí. Cuando trasladé mi mirada a las profundidades de sus ojos, ya no pude escapar de aquellas enredaderas verdes que me mantuvieron lejos de la cordura.
Es increíble que un simple contacto visual pueda provocar taquicardia. Bum, bum, bum.
Estaba increíblemente cerca, y yo ya sabía que no iba a leer nada aquella noche. Sabía con certeza lo que iba a ocurrir.
Pero también sabía que no debía esperar nada.
Dani puso dos dedos de su mano derecha bajo mi barbilla y la alzó. Podía sentir su respiración sobre la piel. Se inclinó y yo cerré los ojos.
El beso que yo esperaba recayó justamente sobre la punta de mi nariz. Abrí los ojos y él sonreía con satisfacción.
-¡Y un huevo de pato viudo!-exclamé, muy enfadada
Le ceñí el cuello con los brazos para acercarle a mí y le besé con fuerza.
Fue breve, y había rabia por mi parte en aquel roce. Sorpresa por la suya, imaginé.
Me miraba con estupefacción.
Yo cerré los ojos, sin saber muy bien qué hacer o decir. Decidí actuar por instinto. Respiré hondo, como para calmarme, y cuando abrí los ojos le estaba sonriendo ampliamente. Me acerqué a examinar algunos títulos.
¡Mansfield Park! una oleada de nostalgia me empujó contra la alfombra, y antes de saber lo que hacía llevaba media hoja leída. Me lo prestaron, y me enamoré desde la primera página, como cierta obra de Henry James que tampoco llegué a comprar nunca. Otra vuelta de tuerca, así se llamaba.
Así se lo hice saber a Dani cuando se recuperó y se sentó a mi lado. Era una anécdota bonita para mí, como aquella vez que se me olvidaba comer o salir de mi cuarto, leyendo Memorias de Idhún.
Él me escuchó, preguntando y componiendo muecas de vez en cuando. Si era de libros, como le dije a Ézhor, podía hablar durante décadas. La gente solía reírse cuando me emocionaba y me ponía a llorar, o cuando me reía sola. También Dani sonreía y tocaba mi ceño, repitiendo aquellas palabras de cuando nos conocimos. << Estás más bonita cuando sonríes>>
-No sé cómo te gusta que te llamen.
-Ya sabes mi nombre. Dani está bien-me aseguró. ¿Y tú...?
-Mucha gente me llama Ly. Tampoco me importa Lycaon. Puedes llamarme como quieras.
-¿Cuántos años tienes, Ly?
-¿Por qué?
-Me divierte cuando te sonrojas y estás a la defensiva...
-No estoy a la defensiva.-Me enfurruñé
-Entonces, ¿Por qué no me dices tu edad?-contraatacó
-Vale. ¿Cuántos me echas?
Titubeó.
-¿Dieciséis?
-No. Menos.
Se puso tan blanco que pude ver a través de él.
-Quince
Estudié sus facciones esperando ver rechazo en ellas.
-Lo entenderé...si ya no...te gusto...-mentira
-Tampoco soy tan viejo
Frunció el ceño.
-¿Diecisiete?
-Exacto-murmuró, sorprendido.
Mi sonrisa se tornó un pelín suficiente. Eso solo le hizo carcajearse y acariciarme el pelo.
No sé cuánto tiempo pasó entre preguntas, sorpresas y respuestas. Su rostro estaba triste.
-Deberíamos irnos si quieres sobrevivir a mañana.
Ambos nos pusimos en pie.
-Gracias por enseñarme tu paraíso-susurré, maravillada.
-Puedes venir siempre que quieras.
Esta vez no hubo dudas cuando rodeó mi cintura con sus delgados brazos y unió mis labios a los suyos.
Qué intenso y dulce fue aquel pequeño final.

No hay comentarios:

Publicar un comentario