Cuando nos conocimos, éramos adolescentes. Con la fiebre típica de esa edad, no tuve jamás ni la más remota intención o expectativa de estar con otra persona.
Pero, un día, las cosas cambian. Y se acabó.
Mentiría si dijera que ya no duele, aunque sea solo un poco y a veces. Es como un hueso roto que ya se ha curado, pero que aún molesta en los días fríos de lluvia.
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