En un alarde de autodestructivo masoquismo, me he subido a la báscula. Como en una intuición de fuera de este mundo, sabía exactamente el número que iba a devolverme; será que estoy más en sintonía con mi cuerpo que nunca.
Con calma (¡con calma, yo!) observo el número y respiro despacio. No pasa nada. No me gusta, puedo admitirlo, no pasa nada. No voy a hacerme daño. No estoy enfadada. No pasa nada. No estoy cómoda, pero puedo cambiarlo sin hacerme daño. Me perdono, pero necesito aprender de esto, y mejorar: desde que comenzó esta relación sentimental, desde que salí de casa, desde que empecé a ir a terapia, no he hecho más que engordar. Sumar kilos de dos en dos.
Se acabó. Tengo que cuidarme y volver a amar esta piel en la que vivo.
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