martes, 17 de mayo de 2016

Watch the watch.

Ese reloj me molesta. 
En primer lugar, fue comprado en algún momento a mediados de los ochenta. Su forma cuadrada (en un amago vanguardista, imagino), los números irritantemente arcaicos y ese aire nebuloso y empañado del cristal me frustran sobremanera.
Además, el marco negro esta lleno de arañazos. Apenas se ven, salvo que un rayo de luz recaiga sobre su superficie dibujando los rayones rectos horrorosamente blancos y brillantes. ¿Quién estropea de esa manera un reloj de pared? por muy viejos que sean, estos artefactos existen para permanecer intactos, recordándote el tiempo que has perdido haciendo nada, desde lo alto de la pared. Eso me hace pensar que ese reloj sufrió en la primera y única mudanza de la historia de la familia Castro.
En tercer lugar, está la cuestión de la hora. Veréis, a a hora de empezar y terminar algo, siempre debe ser en números redondos: en punto, y 10, y cuarto, y media. Pero ese reloj, como si se hubiera propuesto ser fastidioso, marca las cinco, un minuto y cuarenta y siete segundos. Casi dos minutos de error, y como si se avergonzara, está medio escondido detrás de una caja con un sello viejo de hospital.
Ahora paso varias horas en el sótano, tratando de ignorarlo mientras sudo. Pero a veces, entre abdominal y abdominal, un temblor titubeante se cuela en mi visión periférica, pero el reloj no varía. Me mira, tiritando, como burlándose de mí después de tantos años, como queriendo avanzar otro segundo y ser aún más imperfecto, aún más irregular.
Juro que algún día voy a darle la vuelta.

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