sábado, 19 de marzo de 2016

El placer de la escritura creativa.

Creo que echo de menos la escritura creativa. El placer de narrar, de crear un ambiente, nuevas vidas, nuevas historias. Jamás sabré si realmente era un buen material o no, pero a fin de cuentas, eso no me importa. Creo que sigo queriendo aferrarme a la escritura de antes, tan impetuosa y sentida que no podía sino emocionar. Ahora ya no tengo tiempo ni ganas de imprimir tanta fuerza y tan poca mesura en las líneas argumentales...
Pero hay algo que no ha cambiado, y es esa obsesión que tiene mi cabeza de pensar por su cuenta. Idear, imaginar, narrar escenas reales o inventadas cuando no estoy concentrada haciendo otra cosa distinta. Eso también me gusta. Cuando no puedo dormir, narro, y ciertamente es como ver una película en mi cabeza, con una voz mental que oficia doblemente de narradora y personajes. Así, en el marco general del sistema de almacenaje que es mi pequeño y lento cerebrito, hay muchas potenciales personas, cada una con su modus vivendi, su actitud ante la vida y su historia. Y como si Vida Winter me hubiera susurrado realmente sus consejos al oído (curiosamente, jamás pensaré que fue Dianne Setterfield), estas futuras personas alzan la mano cada vez que necesito recurrir a una de ellas, y alguien se sienta a mi lado a responder pacientemente a mis preguntas: dónde nació, cómo eran sus padres, cuál fue el sueño de su vida. Yo lo apunto en una hora de papel sobre una carpeta rígida, muy funcionarial todo, y ya solo es tarea de mi mente enredarlos con las historias de otras personas, creando vidas enteras que quizá nunca sean puestas por escrito.
O sí.
No lo sé.

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