martes, 16 de junio de 2015

Selectividad 2.

Y allí, sentada en las incómodas sillas de la UPO, me debatía entre el aburrimiento y la pereza preguntándome por qué los apellidos de todos mis amigos estarían al final del abecedario. El corrector trataba de captar mi mirada con las cejas enarcadas, mi examen de inglés aún en blanco... ¿cómo explicarle que me daba vergüenza terminar en 20 minutos y que tenía que hacer tiempo para salir después de la primera media hora?
Caí en la cuenta de que los nervios habían desaparecido incluso antes del examen de lengua. Recordaba haberlo pasado infinitamente peor durante los exámenes de historia de Carmen Fernández, esperando entre la multitud antes de entrar al SUM con las manos sudorosas y el corazón irradiando su nervioso rebotar por toda la extensión de mi piel.
No valía la pena caer en el victimismo una vez más cuestionándome la escasa utilidad de aquella tonta prueba de papagayo y por qué tenían que hacerme memorizar todas aquellas cosas de nuevo. Podría haberlo hecho, sí, pero suspiré después de comprobar la hora y cogí el bolígrafo para rellenar el folio con aquellas respuestas breves y copiadas que tanto me molestaban, sabiendo que de nada servía albergar ningún otro tipo de pensamiento, y menos si no estaba en inglés.

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