martes, 25 de noviembre de 2014

Hums reflexivos.

Era consciente de que me estaba deteniendo demasiado. Reflexionaba muy bien acerca de qué palabras usar apenas medio segundo antes de elaborar la oración, y en consecuencia la exposición era lenta. El trabajo había sido complicado, documentado gracias a múltiples fuentes de fiabilidad relativamente aceptable sobre un tema que me encanta. Disfruté mucho elaborando el trabajo, y también exponiéndolo, usando esa pizarra delante de la cual suele estar Germán, con sus efusivos gestos y expresiones, sabiendo dirigir a su público. Ojalá yo lo hiciera así de bien.
Porque no basta con hablar bien. Hay que tener seguridad sobre el tema, hay que saber dirigir al público para que no se pierda o se aburra. Un buen orador debe ser culto, resuelto y seguro. Y yo solo sé hablar, sin más. Conecto bien las ideas y utilizo un amplio vocabulario, pero nada más. Traté de hacerlo fácil, aunque creo que no funcionó.
Sin embargo, sé que se notó mi entusiasmo. Qué tema tan fascinante..., estos últimos días no solo he elaborado, reelaborado y esquematizado un tema absolutamente incierto, sino que he leído, he buscado y he visto distintos documentales.
Al final, estaba mucho más tranquila. Hablaba más despacio, complementaba las correcciones de Germán y hasta pude responder a algunas preguntas. Es satisfactorio, a pesar de que sé que sería una pésima profesora...
Germán pasó más de la mitad de la exposición a mi lado, hablando conmigo, corrigiéndome, puntualizando y ampliando información. Estuvimos una hora hablando, y a mí se me secaron los labios y la lengua, más de uso que de nervios.
Estuve pensando en la única exposición previa a la mía, la de mi compañera Esther. Ella había estado exponiendo durante poco más de diez minutos, sentada en la silla giratoria verde y sin mirarnos a los ojos. Yo no me senté. Apenas miré mis papeles. Utilicé la pizarra tanto como pude para ilustrar y esquematizar la información. Y a pesar de todo, podía ver sus caras de aburrimiento y sueño, y sentir que no me ignoraban por respeto. Todo un detalle.
Germán tendió su mano hacia mí. << Felicidades. >> Me dijo, y pude sentir que me ruborizaba de placer hasta las mismas raíces de mi cabello. Rápidamente tomé su mano en un apretón firme y seco, pero no brusco, adoptando una postura segura.
Ha sido una experiencia gratificante, y me ha enseñado más sobre mí misma que todo lo que he visto durante el curso. Espero poder repetir lo antes posible.

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