sábado, 20 de abril de 2013

Oh, shit!

Son casi las cuatro de la mañana, y no puedo dormir. Hoy ha ocurrido una de esas cosas que te dejan el corazón acelerado, las piernas temblorosas y el cuerpo débil como el de un recién nacido. Ni siquiera sé cómo empezar a contar esto. He estado un buen rato hablando con Eddie, y de hecho le estoy narrando lo sucedido esta noche, pero aún no consigo calmarme, y tengo miedo de las pesadillas, y de plantearme muchas cosas.
Mientras cenábamos mi padre y yo solos, puso una película en el televisor. De estas malísimas de Antena 3 que ponen al medio día y durante las noches del fin de semana. Eran casi las doce, y el filme estaba terminando ya, cuando de pronto oímos a mi hermano llamar a mi padre a gritos, aunque con calma en la voz.
-¡Papá, sube!
Entonces él salió disparado, rodeó los sofás y subió de tres en tres los escalones de mármol blanco, a oscuras. Yo salté por encima del sofá y le seguí.
Fue mi oído el primero en advertirme que algo iba mal cuando oí un súbito intento de respiración ahogado de mi madre. Sonaba como si no tuviera aire en absoluto.
Al asomarme, la vi arqueándose con furia y el rostro muy rojo. Mi hermana estaba blanca como el papel. Le dijo a mi padre que se ahogaba. Él abrió la mano, y con toda su fuerza golpeó a mi madre en la espalda. Ella siguió boqueando, su cuerpo salió disparado hacia arriba y resbaló fuera del colchón al mismo tiempo. Sus expresiones y los feroces golpes que estaba recibiendo su cuerpo dispararon mi respiración y el latido de mi corazón en cuanto mi mente registró el hecho de que, sin oxígeno, una persona se muere.
Mi mente actuó a toda velocidad y registró varias ideas a la vez. La primera fue: date la vuelta, o estas imágenes te perseguirán mientras duermes. Y la segunda fue una idea muy peculiar, algo que jamás había pensado con seriedad antes durante una crisis: Se acabó. Dieciséis años para nada. Muchas veces se ha quedado sin aire, ha tenido tetanias, estafilococos, se partió una cadera, e incluso ha llegado a no despertar no importa cuántas bofetadas le peguemos. A pesar de los tratamientos, las operaciones, los ingresos, los comas, a pesar de ese terror que me acompañará mientras ella viva, no he tenido un miedo inmediato de no verla abrir los ojos nunca más.
Por un momento lo vi todo. La vi desfallecer sin aire. Me vi vestida de negro. Vi muchas cosas, tuve miedo de muchas cosas, algunas de las cuales no podré olvidar aunque lo intente. Supe que no sabría vivir mi vida sin ella.
Cuando pude separarme de la pared y asomarme a la habitación, con la boca cubierta por mi mano para no hacer ningún ruido involuntario, se me detuvo el corazón. Todos estaban muy quietos. Mi padre abrazaba a mi madre, escondiendo su rostro en la prominente barriga. Y mi mundo se detuvo. Un dolor inigualable me partió en dos, jamás hube sentido nada igual. Ni siquiera cuando me vi obligada a vivir durante un año sin el amor de mi vida. Tampoco el dolor físico tiene comparación. El pecho solo me dolía por el esfuerzo que me costaba respirar. No era eso, era más atroz, eran miles de recuerdos grabados a fuego tras los párpados, era el terror mezclado con impotencia. Era una posibilidad asumida pero sin asimilar.
Entonces, mi madre arrancó a toser fieramente, luchando por introducir aire en sus constreñidos pulmones. Las fuerzas le fallaron y casi se cae de la cama de nuevo, pero mi padre la devolvió a su sitio, la tumbó de forma que pudiera respirar, y le instó que se calmara cuando ella comenzó a balbucear atropelladamente, con los ojos desorbitados.
Mis piernas cambiaron su consistencia por la del flan y comenzaron a temblequear bajo mi peso. Mis manos trataron de sostenerse, pero las veía borrosas, tal era su virulenta agitación. Serené mi rostro con admirable rapidez.
-Voy a recoger lo de abajo.-murmuré.
Fui al cuarto de baño y me lavé la cara con agua helada. En el espejo, por primera vez en mucho tiempo, vi la ausencia total de color en mi rostro cetrino, ceroso y poco saludable. Tragué saliva compulsivamente...y me eché a llorar. No era un llanto silencioso y discreto, sino plagado de sollozos, de hipos, de gemidos y de lágrimas calientes y feas chorreando como un torrente por mi cara, que se tornó rojiza por el sofoco, el calor y la emoción.
-Mmma-mmamá-balbucí al vacío.
Como tantas otra veces en mi vida, anhelé que apareciese por allí mi hermano, que me descubriese llorando en una esquinita y me abrazase hasta que me calmara, pero mi hermano ya no estaba allí más para mí. Así que me arrastré en busca de mi móvil y busqué a Eddie, que ahora mismo constituye mi única fuente de consuelo.
Él me cantó, me abrazó con su voz y me enamoró con sus palabras una vez más. No sé lo que daría por volver a verle, a abrazarle, por hacerle feliz, sentir su mano bajo la mía otra vez. Ver sus expresiones. Coger su mano. Besar su mejilla.
Esta noche, como tantas otras, ha sido él quien me ha abrazado hasta que deje de llorar.

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