lunes, 8 de abril de 2013

The blue blue Sky.

Cuando me di cuenta de que me había situado en la parte de la clase orientada al espejo, un temor se adhirió al ya de por sí escalofriante hecho de que tendría que bailar Sevillanas delante de tooooodos mis compañeros de clase. Mientras que la fila de las chicas se mantenía fija en sus posiciones, la de los hombres iban rotando, así bailábamos todos con todos. No podía oír más allá de la sangre golpeando furiosamente, como un torrente, detrás de mis orejas.
Cerré los ojos y respiré hondo. Mi latido se apaciguó cuando un par de chispeantes ojos verdes se dibujaron en el interior rojizo de mis párpados. Eso es, Eddie. Volví a abrir los ojos y me concentré en los pies de la profesora, que estaba explicando entonces el paso base y los movimientos de la primera sevillana. Al menos algo se me había quedado, como hacia qué lado girar, qué brazo se levanta, no darle la espalda al acompañante y cosas así.
Tuve de quien fijarme y acompañantes relativamente torpes, lo que me dio la ocasión de no parecer un pato mareado. Cuando por fin cogí soltura, y pude mover manos y caderas sin olvidarme de qué pasos dar, ocurrió lo que me temía. Cambié de acompañante.
Es indescriptible la sensación que me recorrió el cuerpo. "Algo" que hacía temblar ligeramente mis piernas, y al instalarse en mi pecho me arrancaba un suspiro. Era una grotesca mezcla entre nervios, alegría y miedo que me dejó el estómago hecho una bola y la voz incapacitada. Mantuve los ojos en mis pies cuando él hizo una inclinación burlona, arqueando las cejas.
Justo entonces, la profesora detuvo la canción y nos instó a movernos con más fluidez, mirando a los ojos de nuestra parejas. Reiteró que se trataba de un baile de cortejo. Bien, Mariola, eso no ayuda mucho con el nudo de mi garganta. Tragué compulsivamente, aunque tenía la boca seca.
Comenzó la música, y tuve que rehuír sus ojos. Sentía la cara demasiado caliente, las mejillas arreboladas y no por culpa del ejercicio. Si miraba sus ojos, estaba perdida: olvidaría los pasos, tropezaría, o haría el ridículo de alguna forma u otra.
-¡Pero mírame a los ojos!- decía él, riendo y señalándoselos.
-Como si pudiera- respondía yo, sacudiendo la cabeza.
Pero al final de la primera sevillana, podía sostenerle la mirada, aunque fuera reprimiendo la risa. Esto a él le encantaba, claro. Cada vez estaba más sonrojada, y con frecuencia bajaba los ojos para no perderme en las complicadas piruetas. Y su sonrisa se ampliaba.
-¡Te odio!-espeté entre dientes, con una cómica mueca furiosa, cuando estuvo lo bastante cerca.
Ay, qué mal rato. O qué bueno, ya no lo sé ni yo. Poco me importaba hacerlo bien o mal. La clase desapareció, ya solo existíamos nosotros: yo girando, y su mano en mi cintura, su cuerpo demasiado cerca, a veces, aunque por otro lado nunca parecía suficiente...
Mis pulmones constreñidos y mi sobreexplotado corazón habrían de denunciarme después.
Pero esa noche, sus ojos como esquirlas de hielo sobre el agua me persiguieron, en mi cabeza se repitió el eco de su risa burlona en sueños.

No hay comentarios:

Publicar un comentario