miércoles, 29 de agosto de 2012

Una ojeada a mi mente.

Ay. Qué dolor de espalda.
Me removí, incómoda, en el sillón verde. Extraje la banquetita de abajo, dejé las manoletinas a un lado y puse los pies sobre ella. Mejor. Así podría rodearme las piernas con los brazos.
Papá, mamá y la abuela están hablando. Siempre le dan mil vueltas a los mismos temas. La familia. Quién dijo qué, quién ha hecho esto, quién ha causado lo otro. Luego, política. Parece que acaban de darse cuenta de que todo seguirá siendo una puta mierda, mientras que yo lo tengo claro desde que se declaró oficialmente la crisis económica.
Me toqué discretamente el bolsillo de los vaqueros. Los auriculares seguían colgados en mi cuello, y cuando subí el volumen, me llegó nítidamente la música. Nadie más podría oírla.
Me acomodé, con el libro entre las piernas, y fingí que leía. En realidad me lo sé de memoria, y estaba relativamente aburrida. Prefería casi dejarme arrastrar por mis pensamientos.
Lo primero que viene a mi cabeza, como solía ocurrir, es Dani. Mi antiguo amor. Se me escapó un suspiro. Me gustaba pensar que un día de verano, simplemente aparecería delante de mi puerta..., o me lo encontraría, despistado, en la calle, buscándome. Pero resulta que no. Me odia. Me guarda tanto rencor como yo a él en mis momentos de enfado. Después de lo que sufrí y me lo curré, y todo fue para nada...¿Qué es un minuto de felicidad al lado de cinco minutos de dolor? No, no lo quiero. No quiero eso para mí.
Luego mi mente vaga por los recientes acontecimientos. Ézhor...Gyu...Ed. Está bien que sea capaz de mirar un poquito hacia adelante.
Pero...
Estoy aterrorizada. Para qué decir que no.
De cualquier modo yo no podía optar por la opción fácil. Ézhor, que me busca, es bueno conmigo y no me es indiferente. Y nos conocemos en persona.
No. Precisamente el ex novio de mi mejor amiga, que vive en una isla.
Te has lucido, Cristina.
Suspiré, pasando la página. Mi hermano me miró una milésima de segundo y se sentó en el banquito verde. Yo comencé a acariciarle el pelo distraídamente, rascando, como a él le gusta. Con la sien apoyada en la pared de yeso pesado del hospital. La sombra trepaba por las baldosas, ganándole terreno a la luz.
Me estremecí. La oscuridad  comenzaba a subir por la cama blanca. Mordía los prominentes huesos de mi madre, que con su palidez cerosa, ya respiraba con dificultad. La fiebre le subía a horas irregulares.
Yo temo a las sombras. Significa que mi abuela se pondrá nerviosa. Querrá irse. Y yo no veré más a mamá hasta mañana por la tarde. Volveré a casa con mi padre y mi hermano. Todo estará apagado...vacío..., en cierto modo, muy frío...Cenaremos algo rápido y me quedaré sola en el salón, escuchando canciones tristes y autocompadeciéndome. Es lo único que sé hacer.
Anoche no pude hablar casi nada con Gyu. Le extraño, pero es una sensación rara, como si solo le echase de menos a medias. Una parte de mí. Bommie, no yo, es la que le echa de menos. Por culpa del Tuenti Rol soy más feliz, sí, pero tampoco soy capaz de despegarme de la pantalla cinco minutos. Mis Gyuhyuns. Mis Jessicas. Mi sooyoung. Mi Sungmin. Mis DongHaes...Y...mi Chunji...
Respiré hondo. En realidad tenía muchas ganas de esas vacaciones. Falta solo una semana para mi cumpleaños. Es como si una barrera invisible separase los catorce de los quince, y a éstos de los dieciséis años. Con catorce eres un niño. Pero con quince, una mujercita. Lo sé, lo he comprobado.
Echo de menos a mis amigos. Me he perdido un cumpleaños y un par de quedadas, y otras tantas que voy a saltarme mientras esté de vacaciones. Hace mucho que no ensayo el baile de Diciembre y todavía no lo he practicado con el vestido, y mucho menos ESOS zapatos. Encima vamos a cantar nosotros mismos. Las voces de los cantantes serán nuestro apoyo y no al revés. En Coreano. ¿Me meto en todos los charcos habidos y por haber? Mejor lo dejo como una pregunta retórica.
Mis ojos peinaron una línea "...El silencio no es entorno natural para las historias..." y quedaron atrapados en la lectura durante unos minutos más.
Unos golpecitos en mi hombro.
Levanté la mirada, aturdida, con esa pregunta en el semblante. "¿Ya?" Y papá asintió. Me puse en pie, y me crujieron todas las articulaciones. El aire acondicionado estaba fuerte y me daba directamente. La piel estaba pálida, como siempre, y muy fría. Los pies, el hombro al descubierto, el pecho, los brazos, la cara... Me estiré, y mi hermano me hizo cosquillas en la barriguita.
-...Bueno, pues nos vamos a ir ya.-estaba diciendo mi abuela.
Bufé, contemplando la posición del sol sobre el azul deslavado del cielo. Deberían ser las nueve. Metí mi libro en el bolso negro y bajé la música de nuevo. Aquí no ha pasado nada.
Luego me incliné sobre mi madre y la envolví en un abrazo suave. Sentí el trabajoso vaivén de sus costillas y besé inclansablemente sus chupadas mejillas, devolviéndole a aquellos ojos negros una mirada que quería expresar lo mucho que la echaba de menos cada segundo. No me permití emocionarme. No me permití una sola lágrima. Nadie había seguido allí la línea de mis pensamientos, no entenderían por qué de buenas a primeras me echo a llorar.
Cabe la opción de que se riesen. "Tú lloras por todo" me los imagino diciendo.
Sí. ¿Y?
Pero ella estaba peor. Cansada, dolorida, al límite. Yo debía ser fuerte y darle ánimos, como me dijeron el día de la operación. Hemos pasado por muchas, y peores. ¿Eso quita que me duela? Fue un día tenso. Feliz cumpleaños, papá. Nuestra broma sarcástica privada. Dieciséis de agosto. Justo mi aniversario, ahora que lo pienso. Un día maldito.
Salí de la helada habitación. Por supuesto, no iba a quejarme de frío. Lo prefiero mil veces. Llamé al ascensor y los cuatro bajamos al aparcamiento del mortuorio. Qué mal rollete.
Mi abuela eligió ir con mi hermano. Eso estaba bien. Mi padre ponía la radio y hablaba poco.
Ya en el vehículo, abrimos las ventanillas. Mi padre aceleró, y las fuertes rachas de viento se pelearon por llevarse mi cabello en todas direcciones.
Yo estudiaba la línea anaranjada del horizonte, que comenzaba a diluirse en aquel azul acuoso propio del primer anochecer. Observé detenidamente mi reflejo en el retrovisor, tratando de ser objetiva. ¿Era una chica fea? Mis ojos no son grandes ni pequeños. Son castaños, cambian de color con la luz, como todos los ojos. Tengo las pestañas largas y una forma bonita. Mi nariz no es grande, ni tiene una curva fea. No tengo mucho pómulo, ni la cara plana. Es redondita. Mis labios son finos, mi boca pequeña, mis cejas bonitas. Tampoco tengo una frente muy grande. Mi cabello es liso en la raíz, se va ondulando hasta el final, donde se riza en grandes tirabuzones con las puntas rubias, en gran medida gracias a un antiguo tinte. ¿Soy una chica fea? Alta para mi edad. De constitución fuerte. Manos estilizadas, tobillos finos, poca cadera y mucha cintura. Buen culo, según mi hermano, cuerpo proporcionado. ¿Y mi carácter? Soy extraña hasta para ser mujer. Caprichosa, sí. Un poco malhumorada. Pero también soy sociable y tenaz. ¿Qué falló? Suspiré. Es algo que nunca llegaría a entender. ¿Por qué le echaré tanto de menos? De nuevo, una confusión total. Se me forma un nudo de angustia en el pecho cuando me acuerdo de él, aunque lo asocie con una extraña irritación. Rabia. Como si no me cayese bien. Pero yo estaba enamorada de él, ¿verdad?
"Sí, pero ya no" Dice una vocecilla maliciosa en mi cabeza. Y otro rostro, ojo par de ojos verdes bien distintos a su mirada esmeralda, unos más cálidos y bonitos, interfieren con mis pensamientos...

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