miércoles, 1 de agosto de 2012

Praia.

Es así como me gusta la playa de verdad. No en un medio día de verano, con niños llorando y tirando arena, cuando el agua está demasiado fría para bañarse y fuera hace tanto calor que podrías licuarte. Me encanta la playa tal y como está ahora.
El sol comienza su rápido descenso hacia el otro lado del planeta. El cielo es una perfecta cromatografía de tonos rojizos muy fuertes. El invierno se lleva todos los colores, salvo los de los atardeceres.
nunca había estado en esta playa en particular. Oh, bueno, sí en mis sueños, en mi imaginación, pero resulta muy distinta. El agua es, literalmente, de color negro. No es azul, tampoco verdosa. Las olas grisáceas baten furiosamente contra la orilla. Es lo único que se oye, eso y el viento. El viento se lleva cualquier otro sonido, se lleva mi pelo entre ráfagas furiosas, lo hace parecer débil como un trozo de papel. Agita la ropa contra mi cuerpo. Encrespa las aguas a su antojo. Pero nunca levanta esta arena, que al igual que el mar. parece más oscura de lo que resultaría normal. A mi lado, unos elevados acantilados proyectan alargadas sombras sobre la media luna de la playa. Todo es demasiado oscuro.
¿Por qué estoy aquí? El paisaje es bello. Encaja con mi carácter, mi estado de ánimo perenne. Y, sin embargo, aunque estoy a gusto con el silencio y la oscuridad, quisiera estar en mi casa con mis seres queridos, viendo una peli bajo una mantita suave.
Lo que me ha traído aquí es un asunto personal.
Quiero tocar el agua mientras le espero, pero temo que mis dedos acaben negros como el océano. El agua parece fría y peligrosa. Soy resistente al frío, no me quejo, y desde luego me gusta mil veces más que el calor. Y, sin embargo, hasta yo puedo percibirlo y sufrirlo.
La arena, gruesa, se me clava en la piel incluso a través de la tela vaquera de mis pantalones. Son azules, sencillos, sin rasgar ni romper por el momento. Estrechos, como a mí me gustan. Mis converses negras, que entierro en la arena una y otra vez, necesitan ser renovadas. No son marca All Star, no son de bota, pero la imitación es resistente y buena. Muy buena. En el lateral, en pequeño, tiene escrito, con mi boli negro, SU2+G. Sugus. Mis chicas. Es lo único que he escrito en mis zapatos, pero todas lo llevamos en alguna prenda de ropa. Se están comenzando a romper por los lados, la suela se va a despegar también. Están muy gastadas, pero creo que eso les da un toque un poco personal.
Por lo demás, llevo una camiseta muy ancha de manga corta. Negra, como siempre, de un grupo de música. Sobre ella, una chaqueta de piel. De piel de verdad. Es preciosa, tiene hebillas que la cruzan por la espalda, muchas cremalleras, y es muy calentita. Podría llevar pulseras de pinchos, mi collar de tachuelas redondas, un palestino, algo. Pero no, porque así se está más cómodo.
Antes llevaba el pelo suelto y ondulado de mis trenzas. El flequillo está muy largo, me tapa los ojos continuamente. Pero el viento, socarrón, lo ha dejado hecho un almiar. Ya no está suave y brillante, y parece impregnado de polvillo fino y blanquecino, como albero.
Suena mi móvil.
-¿Hmmm?
-Estoy llegando a la playa.-su voz suena un poco estresada.
-No hay prisa.
-¿Cómo sabré quién eres?
-¿Bromeas? no hay nadie más.
-Claro, con este tiempo...
-Es como más me gusta la playa.-noto que estoy a la defensiva.
-Lo sé.-responde, conciliador.
Se hace un silencio.
-Hasta ahora, Dani.-susurro.
Dejo el decrépito aparato en mi bolsillo. La mayoría de las veces, no llego ni a oírlo sonar. Tampoco vibra mucho.
Así es como he soñado durante lo que me parece una eternidad que iba a ser nuestro encuentro. Bueno, más o menos. En mi cabeza, aunque no haga calor, la playa se muestra reluciente, el sol brilla, huele a salitre. Ambos estamos nerviosos y felices. Nada es tenso. El cuelo no está nublado.
No sé qué va a pasar cuando le vea. Ha sido demasiado tiempo sin él.
Apenas tengo tiempo de hilvanar un par de ideas coherentes más, pues acabo de oír unos pasos crujiendo sobre la arena gris.
-Hola.

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