jueves, 10 de mayo de 2012

Sweet Dreams

Cuando abro los ojos, aún es de noche. Me incorporo rápidamente, y trozos de uno de mis sueños más vívidos acuden a mi mente. Atropelladamente, sin orden ni concierto, recompongo el más doloroso de todos mis inalcanzables sueños.
Ahora poco recuerdo, la verdad. Ah, tan dulce...
Recuerdo el sol cegador. Unas calles conocidas, sí, las que preceden a la urbanización de mi amiga, en paralelo a mi instituto. Me observo a mí misma, sin poder de decisión sobre mis actos, desde lejos. Tengo la frente perlada de sudor mientras camino como una autómata por el asfalto caliente del carril bici. Pantalones cortos, vaqueros, y una camiseta negra. El pelo no parece ni mío, densos tirabuzones golpean mi cintura a cada paso, vetados de mechas rubias, destelleando reflejos color rubí.
Giro la cabeza, como si hubiera oído una voz que pronunciara mi nombre. Veo pasar un único coche blanco, un viejo Volkswagen algo sucio. Lleva puesta una canción que conozco, una canción de mi grupo favorito, ese que adorna mi camiseta negra con su luna llena y su niña asustada, mientras la muerte se alza detrás de ella. El coche se detiene en los aparcamientos desiertos que hay junto al Parque Porzuna, y yo me quedo observando a un muchacho delgaducho y no mucho más alto que yo. Sale del vehículo y se apoya contra la carrocería blanca. Me pregunto si no se quema.
Por algún motivo, me quedo observándole, con curiosidad e incredulidad. Una chica se materializa cerca suya en ese instante. tiene el pelo rizado, aunque no tanto como yo, y el flequillo recto oculta su mirada. Ladea la cabeza para observarlo unos segundos antes de ponerse de puntillas y besarlo.
Por algún motivo que solo mi subconsciente sabe, me quedo mirándolos.
Cuando contemplo una escena romántica en general (no tiene por qué haber contacto físico siquiera) mi corazón se encoje hasta adoptar el tamaño de una nuez, martilleando furiosamente. En cada pareja, yo veo a un pequeño Dani y a una réplica de Patricia. Da igual que ella sea gorda y él parezca un stripper marchito. Da igual si tienen veinte u ochenta años. Para mí, es como mirarlos a ellos.
Pero esta vez creo que es verdad. El muchacho no cierra los párpados. Su mirada, de verde desvaído, busca a la única que puede devolvérsela. Sus ojos claros buscan mi mirada parda, y la tensión es casi palpable, como un cable de acero.
Y de pronto soy yo, solo yo, una mocosa endeble y asustada, una niña. El sudor me escuece en la frente y el cuello, siento el pulso en las sienes. ¿De qué huyo? Me pregunto al ver mis pies, tropezando por la acera. Él no va a seguirte, ¿no lo ves? Tal vez me estoy escondiendo de la situación. Tal vez quiera huir de ese recuerdo, de él abrazándola, de él besándola, mirándola con amor y deseo, acariciando su mejilla y ruborizándose bajo sus ojos.
No se oyen otros pasos que los míos. Él no ha hecho ademán de encontrarme siquiera.
Pasa el tiempo, y yo olvido los detalles. Recuerdo una fiesta, porque hay globos, serpentinas y vestidos bonitos en mis recuerdos.
Y ahora, un nuevo chispazo, otra imagen más.
Andando por la carretera, sorteando las grietas, con el accidentado borde de la acera a mi derecha. Pantalones cortos, grises, y una camiseta blanca. Calor, mucho calor. Son esas ganas de no llegar al final.
Veo el aparcamiento a lo lejos. De nuevo él, con una camiseta azul, sus ojos relucientes, a juego, esperando apoyado en la blanca carrocería.
Y por algún motivo, sé que es mi turno. Salgo corriendo, pero esta vez en su dirección. Siento el calor, el esfuerzo, oigo mis pasos y mi propia risa, histérica, y a la vez, sin resuello. Siento la colisión con su cuerpo, y percibo que lucha por recuperar el equilibrio. Y pienso que es verdad, que la espera se ha acabado. Estamos juntos, nadie ni nada va a poder separarnos jamás. Veo el tiempo pasar sin rozarnos. A su lado, nada puede ser malo. Se acabó el sufrir delante del ordenador, el echarle de menos, porque el simple hecho de haber sentido su piel contra la mía ya significa que puedo morir tranquila. Suena nuestra canción desde el coche.
Tu ausencia no me había escocido tanto hasta ahora. Pensé que era cierto de verdad, ¿sabes? un trocito de vida que me diste a probar. Te echo mucho de menos.
Abro los ojos, en medio de la penumbra. Aún es de noche. Tengo tu imagen grabada en los párpados con fuego. No necesito cerrarlos para sentir tu fantasma en los brazos. No necesito pensar en ti para recordarte.
Me incorporo, mareada. Dejo caer la cabeza sobre las manos, para mesar mi rebelde cabello ondulado
Me dejo ahogar por la pena, sí, una vez más.
Ahora soy consciente de que no ha merecido la pena. De todo lo que he perdido.

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