jueves, 10 de mayo de 2012

A little piece of my mind


Desvelada, para variar. El tiempo parece no pasar. La ventana está cerrada, la persiana abajo y las cortinas entreabiertas. La cubierta negra de mi libro resplandece con sutileza sobre el suelo de mármol. No lo dudo, ¿qué sentido tiene quedarme aquí, mirando un techo que a duras penas distingo en la penumbra? Me pongo en pie, ligeramente mareada por el calor de la habitación. Me enjugo el sudor de la frente con el dorso de mi mano, tan pálida que casi brilla en la oscuridad. Alzo el pesado tomo y llego hasta la puerta de puntillas. Ésta chirría sin necesidad de que yo ponga la mano en la manija.
Fuera de mi habitación no hace más frío. Es una noche curiosamente bochornosa de principios de mayo. Camino descalza hasta el lavabo. Mi reflejo me devuelve una expresión extraña, cansada. La clase de expresión que le achacas a un adulto cansado de seguir adelante con una vida vacía. Me lavo la cara, y las frías gotas de agua resbalan por mis ojos, humedeciendo mis pestañas y arrastrando el maquillaje por mis mejillas, como si hubiera llorado. Con parsimonia, tomándome mi tiempo, cojo una toallita húmeda y retiro los negros surcos de mis mejillas, haciendo de noche lo que me da pereza en el día.
Luego bajo la imponente escalera blanca y me instalo en la salita, en mi cómoda mecedora azul, donde quepo con holgura incluso encogiendo los pies sobre el asiento. El techo acristalado deja pasar la pálida luz blanquecina de la luna. Imponente, llena, fría. Las nubes plateadas cruzan con delicadeza ese negro pedacito de cielo que alcanzo a ver, muy a duras penas.
Comienzo a leer, y mis ojos se topan con una palabra que se atraganta en mi tenue voz mental; un nombre, concretamente: Daniel.
Daniel. Dani, mi Dani. Durante muchos días, he estado esperando tras la pantalla del ordenador. Un mensaje privado, o a través de su novia tal vez. Espero, con lágrimas en los ojos y un nudo en mi garganta a que me llegue siquiera una señal, para saber que no me ha olvidado, que me echa de menos, quizás que me quiere. O no, que me odia, que está mejor sin mí. Hasta eso sería soportable si supiera con certeza que viene de él. Soportaría ver el desprecio en sus ojos verdes, con tal de poder contemplarlos una vez más.
Supongo que estará enfadado, mucho. No querrá saber nada de mí. Ni siquiera pude despedirme de él, ni siquiera eso. Ah, y pensar que no volveré a ver nunca sus ojos, su sonrisa, a oír su voz, porque equivaldría a Sadomasoquismo.
¿Qué hacer?
Como proyectados por la fría luz de la luna, mis amigos aparecen frente a mí. Pero no unos amigos cualquiera, sino amigos vivos, amigos muertos, unos que estuvieron mucho tiempo, otros que duraron días. Amigos que me acompañaron, amigos que me cayeron mejor o peor. Amigos que, al fin y al cabo, nunca existieron, solo en un millar de mentes.
Los personajes de mis libros preferidos, claro.
Un hombre alto y grande, de piel oscura y rizos de color negro, vestido como un campesino pero repeinado como un marqués se deja caer, gruñendo, en mi sofá.
-¿Qué hacer?-me grazna Heathcliff-¡Sácale el corazón y bébete su sangre!
Catherine Earnshaw se materializa a su lado, mirándome con altanería primero, con sabia comprensión después.
-No hagas nada de lo que puedas arrepentirte. Piénsalo muy bien, porque puede convertirse en el peor de tus errores, Cris.
Suspiro, sin responder. Ellen, la vieja ama de llaves, se sitúa sentada en el escalón, manoseando ociosamente los hilos sueltos de su labor de punto.
-Siguen siendo niños...-Comenta con sorna. Luego los mira con severidad, riñéndoles-. ¡Deberían saber lo que se siente al estar enamorado! ¡Sobre todo usted, Heathcliff!
Éste no da muestras de sentirse ofendido en absoluto, siguen deleitándose de su sanguinolenta idea. Luego hace acto de presencia Vida Winter, y solo puede sugerirme lo que ya sé:
-Las palabras deben pronunciarse. Las historias deben salir. Si no, enferman y mueren. Y luego te persiguen.
El libro de Dianne Setterfield no supone una gran ayuda para mí. Ya lo hago, ya lo digo, lo expreso. Pero en voz bajita, en voz mental. Allá donde no sea necesario un interlocutor, ni siquiera la voz. Sólo un trozo de papel, un bolígrafo, o quizás un ordenador. Un sitio donde no me tiemble la voz si lloro.
Vida Winter tenía razón. Mi historia está muriendo. Luego ya no podré contársela al mundo.
¿Acaso existe fuente más perenne que el papel?
-¿Entonces?-susurro a los muertos productos de mi imaginación- ¿Le olvido? ¿Le pido perdón? ¿Me arrastro?
Bipa, con sus blancos mechones de pelo ondulado, con el rostro redondo, tal y como yo me la imagino, con su ropa de piel....Bipa, la valiente Bipa, cogida de la mano de Aer.
-Lucha, sigue adelante. Olvídale si con eso eres feliz.
-Tú fuiste a por él, arriesgaste tu vida, tu felicidad y tu frágil equilibrio-le recordé.
Ella permanece en un silencio enigmático, y Aer clava sus incoloros ojos en los míos.
-Persigue tus sueños, Cris. Quien no arriesga, no gana.
Me removí, incómoda.
-No gana...Pero tampoco pierde.
Enma se interpuso entre la pareja y yo, hinchando los carrillos de forma infantil. Se echó los rizos hacia atrás, furiosamente. Era increíblemente bella...y superficial. La celestina del libro que lleva como título su propio nombre.
-¡Si te pones así, podemos encontrarle el lado bueno a todo!
El code Fosco balancea su enorme barriga casi esférica por la habitación.
-¡Ah, querida! ¡Cómprate unos canarios! ¡Alegran la vida!
Y silba alegremente, llamando a los suyos.
Jane Eyre se mete en escena, cargando al ciego Rochester. Katniss, con su pierna quemada y sangrando por un oído, con varios puntos del cuerpo hinchados como pelotas de tenis, me susurra que siga adelante. Peeta niega con la cabeza, sus ojos azules me instan a salir corriendo y dejarlo todo atrás. Tanto tiempo luchando...Tantos meses de fatiga...
Pronto ya no puedo contar las figuras. Todos los libros, todos los autores, los géneros, los buenos con los malos...Todos se ponen a discutir, su voz de alza furiosa. Sus argumentos son incoherentes. Ya no me prestan atención.
-¡BASTA!-Grito.
Todas las imágenes me observan calladamente durante un par de segundos. Luego desaparecen como una nube de humo, con un tímido “Plof”
Oigo el crujido de una puerta cerrarse y pasos en la escalera. Cierro el libro bruscamente. Cuando mi padre irrumpe, alarmado, en la salita, los primeros rayos del sol tiñen las cortinas de color ámbar. Me froto los ojos con inocencia, fingiendo un bostezo.
-¿Estás bien?
Alzo mi límpida mirada hacia su rostro suspicaz.
-¿Hmmm? Ah, sí, he debido quedarme dormida, y he tenido...una pesadilla.
Arrastro las palabras, aparentemente somnolienta.
Se acerca a mí y me palmea la espalda. Yo acaricio el dorso de su mano, grande y tibia incluso durante lo más crudo del invierno.
-¿Te apetece desayunar?
Me pongo en pie y estiro mis entumecidas articulaciones, gimiendo
-¿Qué me ofreces?-esbozo una sonrisa traviesa
-¿Qué hay deeeeeeeeeeee....Unos churros con chocolate?
-Déjame a mí el café.
Le sigo hacia la cocina, tarareando quedamente una melodía de vete a saber dónde.

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