En determinadas fases de la enfermedad de mi madre siempre llega un punto en que "muda" la piel. Es un proceso largo, lento y doloroso que culmina con la caída de los últimos pellejos resecos en zonas como las palmas de las manos, dejando a su paso una piel extraordinariamente fina, rosada e indescriptiblemente suave. Sensible y delicada. Me recuerda a esa extraña enfermedad, la de la piel de mariposa, pero sin lesiones.
Supongo que es un ejemplo muy gráfico de cómo me siento ante esta primavera incipiente. No quiero hablar demasiado alto, todo me da un poco de miedo, pero a la vez quiero exhibir y probar mi nueva piel. Es sensible, pero al menos ya no duele tanto. Quiero luz y quiero vida.
Es hora de cambiar
No hay comentarios:
Publicar un comentario