A menudo revivo aquel primer fin de semana en mis recuerdos. Dios, qué nerviosa estaba. Me costó horrores manejar la expectación, la ilusión y la culpa en un mar de incertidumbre mientras disponía todos los detalles. Al menos estaba segura de estar haciendo las cosas bien, creando una sólida sorpresa, una primera vez para él..., para ambos.
Siento que es injusto que le dedicara una entrada tan escueta, demasiado preocupada por factores ajenos a nosotros dos.
Hoy por hoy, de ese fin de semana en Aracena me quedo con el magnetismo. Había algo indefinible y mágico que atraía nuestras pieles la una contra la otra en una sensación maravillosa. En la música o en el silencio, nuestros ojos se encontraban y la habitación se llenaba de electricidad estática..., los labios chocaban, los cuerpos se buscaban, y en un nudo apretado intentábamos expresar con placer aquello para lo que no nos daban las palabras. Incluso cuando era físicamente imposible seguir, nuestros poros parecían anhelarse a cada segundo que no estaban llenos el uno del otro.
Ah..., casi dos años, ya. ¿Quién lo hubiera dicho?
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