¿Qué más puede ofrecerme la vida, cuando cada día es más duro vivirla?
Las sensaciones son solo eso: estímulos efímeros de placer, dolor, curiosidad o nervios. El mindfulness ha tenido a bien dejarme toda una colección de sensaciones en las que sostener el peso de los sentimientos y emociones que me faltan.
Sin poder ponerle nombre al peso opaco que me atormenta en el pecho, la realidad más tangible es que en estas fechas me voy a dormir deseando que sea la última vez, con la satisfacción plena de quien ha comido suficiente y tiene el estómago lleno. No en paz, pero sí con ganas de no empeorarlo más. Luego me despierto enrarecida, decepcionada ante la luz de un nuevo día, pero decidida a seguir buscando sensaciones con las que justificar el paso de las horas.
Así, se me va la vida. Una nostalgia engañosa pinta un gran trampantojo de pasado feliz con recuerdos artificiales creados a partir de fotos edulcoradas y textos de motivación. Consigo mentirme a mí misma y, en mi deseo de retroceder, siento miedo y desidia de mirar hacia adelante. ¿Qué experiencias me quedan por vivir y motivan que siga empujando las ruedas de este pesadísimo mecanismo? ¿Ser madre?
Solo se me ocurre una respuesta. Dulce como su sonrisa o el brillo de sus ojos. Solo siento el profundo y anhelante deseo de robar un día tras otro a su lado. De algún modo, su mera existencia acabó por darle sentido a todo.
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