lunes, 22 de enero de 2018

Snowy dreams.

Hoy, a una semana de irme de Japón, el cielo me ha regalado algo que he ansiado desde niña: nieve.
Cuando el golpeteo de la lluvia contra mi paraguas se hizo menos intenso y creí ver cristales en el suelo, alcé la vista con incredulidad. Efectivamente, y tal como vaticinara el tiempo anoche, un fino aguanieve revoloteaba sobre mi cabeza, mitad hielo, mitad lluvia. No me lo podía creer.
Es magnífico observar el constante descenso de los copos desde la tibieza del tren, donde hasta los japoneses charlaban animadamente sobre el inaudito acontecimiento, pero lo cierto era que me moría por salir del vagón y sentir el frío aguijonazo del viento helado en mi mejilla arrebolada, ver los pequeños cristales de nieve acumulándose en los pliegues de mi chaqueta.
Si abrí el paraguas esta mañana, fue a regañadientes. Me llevo de aquí un sueño cumplido, el de ver un paisaje cubierto de esponjosa nieve, por primera vez en mi vida. Me doy cuenta de que Japón me ha regalado las mejores vistas de mi vida, las que habré de atesorar para siempre en mis sueños.

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