lunes, 5 de diciembre de 2016

Feminismo

Ser feminista es una de las cosas más agotadoras que me ha pasado jamás, y no es difícil adivinar por qué. Ser feminista es ser atacada por todos lados, especialmente en las redes, donde lo único más difícil que respetar una opinión ajena es aceptar que la propia no debe ser impuesta.
Hasta ahora he oído muchas versiones. Que esto es el feminismo 3.0 y que no tiene sentido. Que es un movimiento exclusivo. Que los hombres no pueden formar parte de él. Que los hombres son aliados. Que los hombres no pueden ser feministas. Que el feminismo es hembrismo y por tanto debemos perseguir la igualdad, que los casos de hembrismo son como los de machismo...; Al final, en el feminismo se habla más de hombres que de mujeres, ¿no es irónico?
Como si no me bastase con el día a día, con cada burrada que me han dicho por la calle, cada vez que me han seguido, las veces que me han metido mano, para que ahora vengan un puñado de imbéciles a decirme que como soy fea y estoy gorda (midiendo mi valor como persona exclusivamente por mi aspecto, cómo no) todo eso es mentira... o incluso que debería estar agradecida de recibir semejante atención. Atención desde que era pequeña y me escribían mediante redes sociales para pedirme fotos eróticas, desde la primera vez que un tipo me llamó guarra por no querer liarme con él.
Como si no fuera bastante con cada vez que se me presuponen cosas por ser mujer, como que tengo que fregar y limpiar, saber cocinar, ser buena esposa y madre, delicada, femenina, arreglada, guapa, natural, modesta, ni demasiado buscona ni demasiado recatada, omnipresente, silenciosa, eficaz  y multitarea.
Como si no me bastara con saber que no me respetarán, que difícilmente accederé a un puesto directivo, que mi valor está en mi juventud y mi cuerpo, que si quiero ser trabajadora no puedo ser madre, que voy a cobrar menos, que tendré que callarme mucho y tragar más, y esforzarme el doble que cualquiera.
Como si no fuera bastante terrible que esto ocurriera, tengo que vivir con la consciencia de que existen muchas más como yo en todo el mundo luchando por un trabajo digno, un sueldo digno, por sobrevivir a la violencia que ejercen sobre ellas sus parejas, sus amigos, sus familias; luchando porque no las vejen, golpeen, violen y maten, porque no practiquen la ablación en ellas, porque no las vendan, porque no cubran sus cuerpos y acallen sus mentes.
Ser feminista es muy agotador, cansino. Llegado un momento, el mundo parece una algarabía de gente gritando, pidiendo, reivindicando, insultando y mofándose; y entre voces intentas explicar que no tiene por qué ser así, que es importante luchar unidos y no atacarnos de este modo. Que aún queda mucho por conseguir y la libertad que buscamos no se basa solo en vestir como queramos y salir sin depilar. Estoy harta de ser feminista.

Porque lo peor es que, encima de todo, la culpa es nuestra y debemos sentirnos agradecidas. Faltaba más.
¡Hombre, ya!

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