miércoles, 27 de julio de 2016

Stay strong, my friend.

Una conversación de hoy ha sacado a relucir una pieza más de mi vida que debería estar sepultada entre recuerdos banales. No sentía aprensión ni miedo mientras le hablaba de ello, ahora parece una historia vivida por otra persona, en otro mundo, hace muchos, muchos años.

Ahora cierro los ojos y revivo aquellas imágenes difusas como si estuviera recordando escenas de una película. Puedo recordarme abriendo los ojos en el salón de mi casa, sin saber por qué estoy ahí. Debería estar en el colegio, no hace mucho que lo estaba. Hay algo oprimiendo mi brazo izquierdo levemente y abro los ojos para contemplar a mi madre, arrodillada, tomándome la tensión. Mis párpados pesaban como plomo y ahora lamento no haberme llevado recuerdos más precisos de cómo era cuando mi madre podía caminar, con sus pasitos cortos y rápidos, siempre inclinada hacia delante.
Mi madre dijo que tenía la tensión muy baja y me preguntó si había desayunado ese día. Yo gruñí, evitando la pregunta. No, no había desayunado, y tampoco cené la noche anterior, y dejé la mitad del almuerzo del día previo a ese; pero eso no era lo que yo había dicho y nadie tenía por qué saber la verdad.
Alcé mi brazo de hormigón con un esfuerzo sobrehumano y l observé al trasluz, maravillándome de lo delgada que estaba mi muñeca y lo largos y finos que lucían mis dedos. Sé que en ese momento me sentí así, fascinada de la naturaleza de mis huesos sobresaliendo, pero ahora recuerdo ese momento de mi vida como una nebulosa de desmayos, hipoglucemias y bajadas de tensión, una sombra de días rápidos, sin fuerza, sin mella.

Recuerdo que, aquellos días, solo quería dormir, dormir para siempre. Ahora eso ya ha pasado, pero no puedo evitar un escalofrío de ¿ansiedad? ¿miedo? cuando la gente habla tan a la ligera de ciertos temas, cuando la gente no se toma en serio el valor de sus vidas y sus cuerpos.

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