sábado, 11 de junio de 2016

Ojalá que me despierte y no busque razones.

Leer es mi vida.
¿Resulta muy tópico si digo que los personajes y los mundos me transportan lejos y es perfecto? probablemente, pero no es menos cierto.
Leer es perfecto en cualquier instante.
Leer es acallar las voces de mi cabeza y sumergirme en otro mundo. Durante unos minutos, unas horas, el alivio es como cerrar los ojos después de soportar una luz muy brillante durante horas.
Porque mi cabeza nunca se calla. A veces, vivir con esta perenne verborrea de narraciones, ideas y pensamientos es agotador, como una voz mental que me grita y a la que no puedo ignorar. Siempre está buscando algo que narrar y describir, y realmente eso no es tan molesto. Molesto es que a veces, mi cabeza me dice lo que no quiero oír, me hunde en reflexiones oscuras, me insulta. A veces, mi cabeza me dice que soy una jodida fantasmona y que jamás haré nada bien. Me replica, airosa, que deje de creerme tan lista. A veces mi cabeza me recuerda que poco importa lo hábil o inteligente que los demás me consideren, sabiendo como sé que soy una inútil y que ni siquiera los aspectos que me definen como persona están bien conformados. Que nunca seré una buena persona, y mi personalidad parcheada da pena. A veces le da por recordar con toda nitidez todas las cosas que me han hecho daño, todas las cosas desagradables que he visto, oído y sentido. Y cuando duermo, esta luz brillante y tortuosa sigue encendida, con matices irreales y nebulosos, con menos sentido y más pánico.

Pero cuando leo... ah, cuando leo no hay punto de comparación. Cuando leo, las voces se acallan, las luces se atenúan. Cuando leo antes de dormir, sueño cosas más plácidas. Cuando leo es porque es mi forma de sobrevivir. Una narración diferente llena los huecos vacíos de mi cabeza y arrincona a la oscuridad bien lejos. Así, cada vez que me acabo un libro es un nuevo y denso desgarrón, y las luces me ciegan por un momento mientras sufro por la voz que se ha ido, la historia que no volveré a visitar. A veces sé cuándo no volveré a leer un libro nunca más. Otras, me reencuentro con viejos amigos olvidados y regreso a los universos perdidos de historias que suenas más difíciles, divertidas y llevaderas que la mía.

Escribir también tiene ese efecto analgésico, como si abriera las ventanas y el resplandor se disipara un poco. Escribir me permite ver con más claridad. No he cerrado los ojos, pero tampoco estoy ciega. Los pensamientos discurren por mis venas a una velocidad mucho más asequible y se deslizan por entre mis dedos, controlados, precisos en ocasiones, salvajes y enrevesados otras.

Y hay quien dice que los libros son una tontería..., la única tontería que me mantiene vida y despierta.

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