miércoles, 13 de junio de 2018

Agony.

Contra todo pronóstico, llega el final del día, y con él, la oscuridad. Solo puedo distinguir el titilar diguso de las luces e indicadores de la bomba de perfusión, que arroja una luz azulada contra las paredes y un zumbido sordo que pronto se convierte en ruido de fondo.
A pesar de rodo, de pares y nones y de idas y venidas, estoy aquí, a tu lado. Solo yo. Quien te baña, quien te hace de comer, quien te coge la mano en cada nueva agonía.
Pero la verdad es que odio dormir contigo, a pesar de lo agradable y tranquilizador que resulta tu olor familiar y el martilleo de tu corazón tan cerca de mí. Pero no puedo dejar de mirar la silueta de tu pecho, esperando que vuelva a llenarse después de cada exhalación, esperando algún ruido, un indicativo de que estás viva.
Me pregunto por qué será que vivo con este miedo atronador, si es que la oscuridad me recuerda que no hay día sin certeza de que la noche vendrá, y entones soy más consciente que nunca de que cada latido puede ser el último. O es que pervive en mí el miedo de que sea yo quien cometa un error fatal y te mate, y no poder sacarme esa imagen de la sesera jamás, y pasar el resto de mi existencia viendo tu rostro sin vida por las noches como ya sueño con recuerdos de gritos, despedidas, pus y ríos de sangre.
Quizá se te haya olvidado, madre, que no eres la única víctima de esta tragedia.

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