lunes, 9 de abril de 2018

Inseguridades II

Inspiro, expiro, inspiro, expiro. Cada músculo de la espalda me grita socorro mientras tiro del balón medicinal entre abdominal y abdominal. La pantalla del móvil parpadea y me informa con un pitido de que tocan ejercicios de barca a barca baja, así que recojo las piernas y tenso el torso mientras desciendo de forma controlada, subo de nuevo, y vuelvo a extender las piernas. Suelto un quejido de esfuerzo cada vez, miro de reojo el reloj, todavía quedan veinte minutos para la hora.

Entonces, enumero mentalmente mis fallos para saber por qué estoy haciendo todo este esfuerzo, y me siento como si estuviera escribiéndole una carta a los reyes, que bien podrían ser cirujanos plásticos. Queridos reyes magos, este año he sido muy pero que muy buena. Ahora, quiero una liposucción de abdomen, cartucheras y piernas, que bien podrían ser un poco más largas, y unos treinta metros de piel nueva, que esté lisa y suave y sustituya mi propio desastre dermatitoso, picoteado y lleno de cicatrices. ¡Ah! y si os sobra tiempo, tengo las pantorrillas demasiado musculosas (de serie, tampoco es que me haya pasado haciendo ejercicio), y pagaría si hace falta para tener los pies más estrechos y menos planos, y poder ponerme zapatos bajos sin que parezca que tengo aletas de esas que usan los buceadores. También quiero: un juego nuevo de cabello natural, liso u ondulado, y muy suave; los labios más llenos, los ojos más grandes, la mandíbula más pequeña, una cara nueva, unos pechos más juntos y altos, el cuello más largo y una cintura más fina. ¡Gracias!
Y cuando ordeno las pesas, las mancuernas, la esterilla y el balón medicinal en la estantería, me bebo mi peso en agua y apago la máquina de correr me digo que no, que no estoy tan mal, y que al menos tengo un buen culo. Podría ser peor.

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