martes, 6 de marzo de 2018

Subtle, recurrent warnings.

La verdad es que siempre supe que la enfermería, la medicina y derivados no eran lo mío.
El pensamiento me ronda la cabeza mientras miro de reojo a mi madre a través del espejo. Me pregunto cómo sobrelleva lo que está a punto de ocurrir, si no le dan miedo las curas... aunque debo admitir que siempre me quedan muy bonitas y limpias.
Ese es mi problema, no soporto el dolor. Me llevo bien con la sangre, pero no con el dolor. Sin embargo, me gusta el orden, el arraigo de la técnica aprendida y siempre disfruto con la preparación.
Me lavo las manos lentamente, metódicamente, como me enseñaron. Las palmas, el dorso, describiendo círculos con energía, entre los dedos, y luego cada uno individualmente. Después me repaso cuidadosamente las uñas cortas, sin esmalte. Cierro el grifo con el codo y me seco las manos usando papel desechable. Luego, me embadurno las manos con el sterillium, esa solución a base de alcohol para limpiar a fondo que me deja la piel achicharrada y un penetrante y desagradable olor químico pegado al paladar.
Respiro hondo, mis manos sudan dentro del látex. Despego los apósitos uno a uno, suavemente, y de inmediato me llega el aroma dulzón de la sangre contaminada por pus, pero no puedo asustarme, no debo asustarme. Tengo muchísimo calor, pero sé que es la tensión, en breve estaré sudando, pero lo ignoro mientras pulverizo clorhexidina en la gasa estéril y la paso por la zona, enrojecida, caliente, tirante.
La úlcera está abierta, y froto un poco la superficie buscando una boquilla por la que drenar. Una vez la localizo, presiono la herida, limpiándola por dentro y alrededor del catéter, tirando un poco más cada vez. No pasa nada, he hecho esto mil veces, pero sudo a chorros sintiendo en mi alma cada uno de sus respingos y estremecimientos de dolor.
Y de pronto la vía se sale. Tengo en mis manos el extremo redondeado y restos de puntos descosidos y la sangre sale a borbotones de la vena. ¿Era la yugular o la subclavia? no puedo recordarlo, pero presiono con todas mis fuerzas para detener la hemorragia y ella me mira con esa sonrisa distante, como diciéndome que eso no es nada, que no me preocupe. Todo chorrea, los mostradores de mármol, los apósitos, los botes, el lavabo, el suelo. Estamos bañadas en sangre y necesito ayuda.
Ayuda.
Ayuda.
¡AYUDA!


Y me despierto, siempre en el mismo lugar.

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