viernes, 16 de marzo de 2018

Joy.

Aunque sus labios fueron dulces y cuidadosos, los brazos que me ceñían la cintura me apretaron con fuerza contra su cuerpo. Curiosamente, había espacio en mi cabeza para pensar, para concentrarme en no perder el control; aunque no había peligro de que eso ocurriera de nuevo: ya no percibía esa ciega necesidad que nos había poseído un rato antes en medio de la calle.
Supuse que era inevitable, teniendo en cuenta todo lo que había pasado, que en cuanto tuviéramos un lugar tranquilo y estuviéramos a solas, no habría nada que pudiera separarnos. Lo raro fue, por tanto, que no tuve ninguna sensación de inevitabilidad, de que aquello fuera a lo que estuviera avocado todo lo que había entre nosotros, una especie de objetivo culmen. De algún modo, fue una de las primeras veces que él me sorprendió (como lo seguiría haciendo y aún lo hace, cuando me encuentro incapaz de dejar de mirarle y suspirar). Estar juntos por primera vez fue un batiburrillo de opuestos revueltos: comodidad y familiaridad, pero una energía chispeante e ingenua que no sabía que podía sentir. Suave, pero extremo, relajante y abrumador.
De lo único que estoy segura de aquel momento es de su esencia absoluta, ese núcleo de pureza, mejor que nada que haya conocido jamás. Estuve segura, mientras le miraba dormir, acalorado en el sofá viejo, de que él pertenecía a un plano mucho mejor que el mío, sin ningún tipo de maldad ni dolor. Aún a veces tengo la abrumadora sensación de que formo parte de esa dimensión tan pacífica, de que algo o alguien me ha dado permiso para ser feliz.
Ahora quiero reírme de mí misma. Pensé que sabía algo, pero ahora soy consciente de que mis experiencias anteriores en cuanto a relaciones son muy limitadas desde el punto de vista sentimental. Siempre se ha tratado solamente de sexo, un acontecimiento con final definido, más divertido que placentero, un intento banal de gratificación física...; así que lo que sentí aquella primera vez que hicimos el amor no encajaba en mis concepciones ya formadas en ningún nivel, de ninguna manera. En primer lugar, la gratificación personal queda en segundo plano, y el objetivo principal se convierte en la demostración de adoración por el otro, volcarse en besar cada centímetro de piel (y de alma, si pudiera) y entregarte por completo al otro. Y luego, por supuesto, jamás me había despertado abrazada a nadie, jamás me había abandonado por completo a la pasión sin sentir una cierta repulsa por el sudor y los fluidos ajenos, los ronquidos y el aliento mañanero. Son repulsas que se sienten cuando el cuerpo fláccido y desnudo a tu lado es el de una persona desconocida, y me maravillo aún de la sensación de escucharle respirando bajo mi oreja, de su calor a mi alrededor.
Llevo dos años buscando la palabra adecuada para esa sensación de bienestar, un cosquilleo un poco similar a ese sentimiento burbujeante que me deja sonriendo por dentro cuando pienso en él y evoco todo lo que me gusta, todo lo que adoro y lo que amo de su persona. Quizá si tomamos esa emoción y la envasamos, concentrándola y purificándola dentro de un crisol, liberándola de toda sensación inferior, obtengamos la respuesta algún día. De momento, lo único que se me ocurre es "dicha".

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