Sus aguas límpidas, sus dunas, sus dunas blancas de grano grueso, cielos despejados y un sol de justicia. Playas vacías y yo sola en ese agua fresca y deliciosa, salada y acogedora, arremolinándose contra mis tobillos con la fuerza de la marea ascendente.
La perra corre, mojada, pelota arriba, pelota abajo. Diego me observa sentado desde la arena. Mi familia.
Y hoy, ni este hogar improvisado sin techo ni paredes, ni esta calma, ni esta luz me calman.
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