Me ha pasado muchas veces. Prácticamente toda mi vida, en realidad, con casi todo el mundo; ya no sé si puedo seguir dándole vueltas a lo que pasa, a los qués, cómos, cuándos y dóndes de la vida. A si soy yo o son los demás, a lo que podría cambiar, a lo que he hecho mal; ya no puedo detenerme más en los pormenores porque no tengo energía para seguir sintiéndome sola, culpable y defectuosa. Quizá es un buen punto de partida para empezar a abrazar la soledad, que nunca me había molestado y no creo que comience a hacerlo ahora.
Con esto no quiero decir que vaya a cerrarme a absolutamente nada; No pasa nada por querer vínculos sanos con otras personas, por querer tomarme unas copas con unas amigas una noche perezosa de verano. Tampoco puedo obligar a nadie a que quiera estar conmigo: solo puedo esperar a que llegue alguien que quiera. Como dice mi hermana: más vale sola que mal acompañada. Mientras, es un buen momento para aprender a aceptar la situación y perdonar.
Siempre consideré que era una tontería perdonar a quien nos había dañado, pero a la luz de los recientes acontecimientos, tiene algo de liberador. Algo de egoísta, incluso. Hay una paz muy nueva - y muy frágil aún - en ser capaz de abandonar la pena y el resentimiento, de quitarse la piedra de encima y pasar página. Hoy elijo no arrastrar sufrimiento por lo que otros han hecho (o por lo que no).
Por mi bienestar, hoy perdono..., pero no olvido.
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