La última vez fue hace tres años, y me fui con el corazón hecho un lío y setenta amigos. En esas largas caminatas de verdor y silencio pude encontrar la paz de necesitaba para deshacer todos los nudos de mi alma.
Y ahora, allá voy de nuevo. Esta vez, solo cuatro personas me acompañan, y por eso mismo espero que mi peregrinaje sea más íntimo y especial. Tengo la sensación de que he pensado y aprendido mucho en muy poco tiempo y es momento de asentar las ideas y devolverle la calma a mi mente y la alegría a mi espíritu. Poner las cosas en perspectiva, si lo preferís.
Son cuatro personas únicas, y sé que me voy a divertir. Tendremos ocasión de hablar y jugar mucho, pero también espero el silencio del camino, la visión de los valles y colinas con su eterno verdegal lozano, el olor a humedad y el aire fresco que me libren de la opresión del verano.
No va a ser fácil, y no tengo la intención de que lo sea. Me gusta esforzarme. Mi padre dice a menudo que el que algo quiere, algo le cuesta, y yo lo he adoptado como una filosofía vital. Es una forma de apreciarse a uno mismo por el esfuerzo y la dedicación, y valorar mucho más los frutos del propio trabajo.
No va a ser fácil, pero a mí no me gusta fácil.
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