Por un momento, recordé lo que se siente cuando crees que controlas tu propia vida. Por una vez, mi existencia no era una sucesión de días anodinos. Ya no era una historia triste. Supongo que me sentí como la protagonista de una historia, de un cuento, cuando enfrenté un edificio descolorido, tosco y excesivamente volumétrico, decorado con negros barrotes en los vanos y con los cuerpos coloridos de mis nuevos amigos. Creo que pocas veces en mi vida he experimentado un sentimiento tan intenso.
Supongo que me sentí viva.
Y sí, sé que en algún momento, este día perderá su colorido, y con el paso del tiempo se convertirá en una anécdota más. Sé que me haré vieja, y nada tendrá sentido más allá de seguir empujando los días; tampoco espero que lo tenga. Para entonces, imagino que mi papel en este mundo será guiar los pasos de mis hijos y mis sobrinos, e intentar en la medida de lo posible que no comentan los mismos errores que me quedan por cometer ahora. Sólo seguiré dejando mis ideas por escrito, y con un poco de suerte, algún día inspiraré a alguien. Entonces sabré que toda mi existencia ha servido para algo.
Mientras tanto, supongo que cada día vibra como el resplandor de este sol de verano oculto bajo la palma tenaz de mis manos. Librada de la ceguera repentina, puedo sentir el halo de blancura manchando el perfecto azul del cielo en rayos puntiagudos. Cada día es mío para hacer lo que quiera con él. Creo que esto es sentirse vivo.
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