Solo recuerdo negrura. Negura, y angustia, miedo, anticipación. Vagamente, en algún rincón de mi cabeza, sé que estoy soñando, pero no puedo hacer nada al respecto..., salvo esperar.
De pronto, un alarido espantoso se abre paso en el aire denso y caliente hasta mí. Es familiar, dolorosamente familiar. Un chirrido ronco, sin aire, un gimoteo cascado y grave...
- ¡Mamá! -vocifero, girando sin parar en esa habitación negra sin límites ni contornos.
Otro grito de dolor, terminado en un sollozo. Escucho gemidos y súplicas balbuceadas, y quiero correr en cualquier dirección, moverme hacia la voz que suena tan cerca.
Ahora, alguien me está agarrando desde atrás. ¡No me toque! pienso, o chillo, pero tira de mis brazos hacia mi espalda y bisisea, chista, trata de hacerme callar. Respiro bocanadas desesperadas del aire húmedo de alrededor. Yo grito, mamá grita. No puedo ayudarla, jamás podré ayudarla.
Abro los ojos con una sacudida, sintiéndome como si acabara de correr un maratón; la habitación cargada, oscura y pesada como en mi sueño. Me quito la camiseta con la que duermo para eliminar la fría humedad de mi sudor, pero está en las sábanas, en la colcha, en todas partes; y me incorporo, agarrotada y enfadada, abrazando mis piernas desnudas.
Me pregunto si estas pesadillas acabarán algún día.
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