sábado, 16 de julio de 2016

An endless sporadic

Como siempre en esta clase de situaciones, mi cabeza está funcionando mucho más allá que mis sentidos, pero el latido veloz de mi corazón está resonando con fuerza en mis oídos, y hormigueando en mis sienes, y no me puedo concentrar.
Está apoyado sobre su espalda, y yo sobre él. Puedo sentir cada músculo contraerse bajo mi peso, y mi mente empieza a elaborar una descripción minuciosa según se tensan sus bíceps para abrazarme, su abdomen, su pierna entre las mías. Se me ha secado la boca, y siento un revoloteo ansioso en el esternón, y un ramalazo de calor según mi sangre burbujea buscando mi cara. Respiro hondo, y por un momento me alegro de mi elección de hoy.
Él huele a desodorante y, de forma un tanto vaga, a algo dulce. No puedo pensar. Si entro en contacto con su piel, estoy perdida. Mi imaginación está volando y no puedo evitar sentir las miradas ajenas pinchando mi piel abrasada por el calor, por su abrazo y por un deje de culpabilidad.
Echo el rostro hacia atrás, tratando de aclarar mi mente, de respirar algo que no sea su calor. En un momento incómodo, siento que está demasiado cerca, y que puede verlo y sentirlo todo.
 Observo sus rasgos, absorbiéndolo todo: su piel suave, la barbita incipiente, la curva de su pómulo, esos labios entreabiertos, rosados y suaves, y esos ojos que me miran con seriedad por una vez desde su resplandor casi ambarino. Uf.


Y entonces, cómo no, me despierto.

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