martes, 12 de julio de 2016

Enough books.

Soy abrupta, y lo sé. No estoy ni remotamente cerca de una señorita elegante en mi aspecto de mujerona corpulenta, o en mis modales sin gracia. No tengo la sutileza necesaria para encandilar con mi contoneo, o para bailar. No resulto elegante ni siquiera en reposo; pero eso no quita que sepa disfrazarme en modelos elegantes de marcas moderadamente caras, y encantar a base de sonrisas, lenguaje y modales impecables.

***

-Vienes a por la matrícula, ¿verdad?
- Sí-. No.
La mentira me salió naturalmente, de sopetón, como todas las importantes . Otra persona que me conociera mejor habría adivinado el temblor bajo mi sonrisa eficaz. Creyéndose conocedor de mis intenciones, alzó las cejas divertido cuando bajé la mirada, colorada como un tomate, y me senté.
Me cae bien. Resulta cómodo hablar con él, y me hace sentirme como dentro de un libro. Me explico: las profusas descripciones de muchos autores me han educado para buscar en los ojos de mis interlocutores sorpresa, ironía, recelo o diversión, pero no todas las personas son tan expresivas en sus gestos o expresiones como el señor Cucullus.
Había estado encaprichada con el señor C desde el principio, de forma inexplicable. Mi vena sapiosexual entra en acción con poca frecuenta, y me siento irremediablemente atraída por personas de toda clase y condición con una característica común: son individuos inteligentes, brillantes o con grandes conocimientos. No es una atracción romántica, sino más bien platónica en el sentido filosófico de la palabra. Estos seres constituyen un ideal para mí y quiero estar cerca de ellos en todo momento; probablemente jamás les besaría, pero sí quisiera estar horas escuchándoles hablar.
Así que mi corazón emprendió cabriolas de saltimbanqui, influenciado por ingentes cantidades de literatura romántica en los últimos días, y yo me esforcé por pensar en Piscor. Ésto me llevó al recuerdo de nuestro tórrido atardecer de sábado perezoso, y sentí cómo me ardía la cara y mi corazón se colgaba cabeza abajo como un trapecista loco.
Fueron unos instantes de conversación agradable, informal. Me lleva a recordar a otro cierto personaje de mi vida, el profesor Fibula. Como Cucullus, él también tenía un cierto aire casi religioso y también me sacaba muchísimos años. Es por eso que cuando su cabeza de ideas firmes y su palabrería de mago me encandilaron, me asusté. Sintiéndome loca, o enferma, me preguntaba cómo podía sentirme como me sentía hacia alguien que tiene casi cuarenta años más que yo. Por suerte, la edad y los libros me curaron del espanto hacia mi propia naturaleza y he aprendido a aceptar mis propios clichés extraños hacia hombres mayores, poco atractivos y endemoniadamente listos.
Observando a Míster C, que elude mi mirada con frecuencia buscando el ordenador, me pregunto qué tiene para despertar la fascinación ajena como lo hace. Ideas disparatadas recorren mi cabeza y se estrellan con preguntas y más preguntas mientras advierto una vez más sus manos largas, perfectas, de dedos delgados y movimientos elegantes.
Bueno, creo que ha sido suficiente.

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